lunes, 24 de marzo de 2008

Industria cultural: capitalismo y legitimación. Por Jesús Martín Barbero


Publicado en MARTÍN BARBERO, Jesús. De los medios a las mediaciones. Comunicación, cultura y hegemonía, Gustavo Gilli, Barcelona, 1987.

La experiencia radical que fue el nazismo está sin duda en la base de la radicalidad con que piensa la Escuela de Frankfurt. Con el nazismo el capitalismo deja de ser únicamente economía y pone al descubierto su textura política y cultural: su tendencia a la totalización. De ahí que los de Frankfurt no puedan hacer economía ni sociología sin hacer a la vez filosofía. Es lo que significa la critica y lo que implica el lugar estratégico atribuido a la cultura. Por eso podemos afirmar sin metáforas que en la reflexión de Horkheimer, de Adorno, de Benjamin el debate que venimos rastreando toca fondo. De una parte porque los procesos de masificación van a ser por vez primera pensados no como sustitutivos, sino como constitutivos de la conflictividad estructural de lo social. Lo cual implica un cambio en profundidad de perspectiva: en lugar de ir del análisis empírico de la masificación al de su sentido en la cultura, Adorno y Horkheimer parten de la racionalidad que despliega el sistema -tal y como puede ser analizada en el proceso de industrialización-mercantilización de la existencia social- para llegar al estudio de la masa como efecto de los procesos de legitimación y lugar de manifestación de la cultura en que la lógica de la mercancía se realiza. De otra parte la reflexión de los de Frankfurt saca la crítica cultural de los periódicos y la sitúa en el centro del debate filosófico de su tiempo: en el debate del marxismo con el positivismo norteamericano y el existencialismo europeo. La problemática cultural se convertía por vez primera para las izquierdas en espacio estratégico desde el cual pensar las contradicciones sociales.

A finales de años sesenta un pensamiento que prolonga por herencia o polémica la reflexión de los de Frankfurt va a tomar como eje la crisis entendida como emergencia del acontecimiento, contracultura, implosión de lo social, muerte del espacio público o impase en la legitimación del capitalismo. Y más allá de las ideologías de la crisis -de las que no se verá libre nadie que lo aborde- en torno a ese concepto va a desarro-llarse un esfuerzo importante por pensar el sentido de los nuevos movimientos políticos, de los nuevos sujetos-actores sociales -desde los jóvenes y las mujeres a los ecologistas- y los nuevos espacios en los que, del barrio al hospital psiquiátrico, estalla la cotidianidad, la heterogeneidad y conflictividad de lo cultural.

Benjamin versus Adorno o el debate de fondo
Con los de Frankfurt la reflexión crítica latinoamericana se encuentra implicada directamente. No sólo en el debate que plantea esa Escuela, sino en un debate con ella. Las otras teorías sobre la cultura de masas nos llegaron como mera referencia teórica, asociadas a, o confundidas con un funcionalismo al que se respondía "sumariamente" desde un marxismo más afectivo que efectivo. Los trabajos de la Escuela de Frankfurt indujeron la apertura de un debate político interno: en un principio, porque sus ideas no se dejaban, utilizar políticamente con la facilidad instrumentalista a la que sí se prestaron otros tipos de pensamiento de izquierda, y más tarde porque paradójicamente fuimos descubriendo todo lo que el pensamiento de Frankfurt nos impedía pensar a nosotros, todo lo que de nuestra realidad social y cultural no cabía ni en su sistematización ni en su dialéctica. De ahí que lo que sigue tenga un innegable sabor a ajuste de cuentas, sobre todo con el pensamiento de Adorno, que es el que ha teñido entre nosotros mayor penetración y continuidad. El encuentro posterior con los trabajos de Walter Benjamin vino no sólo a enriquecer el debate, sino a ayudarnos a comprender mejor las razones de nuestra desazón: desde dentro, pero en plena disidencia con no pocos de los postulados de la Escuela, Benjamin había esbozado algunas claves para pensar lo no-pensado: lo popular en la cultura no como su negación, sino como experiencia y producción.

Del logos mercantil al arte como extrañamiento
El concepto de industria cultural nace en un texto de Horkheimer y Adorno publicado en 1947, y lo que contextualizó la escritura de ese texto es tanto la Norteamérica de la democracia de masas como la Alemania nazi. Allí se busca pensar la dialéctica histórica que arrancando de la razón ilustrada desemboca en la irracionalidad que articula totalitarismo político y masificación cultural como las dos caras de una misma dinámica.

El contenido del concepto no se da de una vez -de ahí la trampa que ofrecen esas definiciones sacadas de alguna frase suelta-, sino que se despliega a lo largo de una reflexión que envuelve a cada paso más ámbitos, al tiempo que la argumentación se va estrechando y cohesionando. Se parte del sofisma que representa la idea del "caos cultural" -esa pérdida del centro y consiguiente dispersión y diversificación de 1os niveles y experiencias culturales que descubren y describen los teóricos de la sociedad de masas- y se afirma la existencia de un sistema que regula, puesto que la produce, la aparente dispersión. La "unidad de sistema" es enunciada a partir de un análisis de la lógica de la industria, en la que se distingue un doble dispositivo: la introducción en la cultura de la producción en serie "sacrificando aquello por lo cual la lógica de la obra se distinguía de la del sistema social", y la imbricación entre producción de cosas y producción de necesidades en tal forma que "la fuerza de la industria cultural reside en la unidad con la necesidad producida"; el gozne entre uno y otro se halla en "la racionalidad de la técnica que es hoy la racionalidad del dominio mismo".

La afirmación de la unidad del sistema constituye uno de los aportes más válidos de la obra de Horkheimer y Adorno, pero también de los más polémicos. Por una parte, la afirmación de esa unidad desvela la falacia de cualquier culturalismo al ponernos en la pista de "la unidad en formación de la política" y descubrirnos que las diferencias pueden ser también producidas. Pero esa afirmación de la "unidad" se torna teóricamente abusiva y políticamente peligrosa cuando de ella se concluye la totalización de la que se infiere que del film más ramplón a los de Chaplin o Welles "todos los films dicen lo mismo", pues aquello de lo que hablan "no es más que el triunfo del capital invertido". La materialización de la unidad se realiza en el esquematismo, asimilando toda obra al esquema, y en la atrofia de la actividad del espectador. Así, a propósito del jazz se afirma que "el arreglador de música de jazz elimina toda cadencia que no se adecue perfectamente a su jerga", y por si no estaba claro se erige al jazz en ejemplo, o mejor en paradigma, de la identificación que debe demostrar cada sujeto con el poder por el que es sometido, afirmando que esa sumisión "está en la base de las síncopas del jazz que se burla de las trabas y al mismo tiempo las convierte en normas". Como prueba de la atrofia de la actividad del espectador se pondrá al cine: pues para seguir el argumento del film, el espectador debe ir tan rápido que no puede pensar, y como además todo está ya dado en las imágenes, "el film no deja a la fantasía ni al pensar de los espectadores dimensión alguna en la que puedan moverse por su propia cuenta con lo que adiestra a sus víctimas para identificarlo inmediatamente con la realidad". Una dimensión fundamental del análisis va a terminar resultando así bloqueada por un pesimismo cultural que llevará a cargar la unidad del sistema a la cuenta de la "racionalidad técnica", con lo que se acaba convirtiendo en cualidad de los medios lo que no es sino un modo de uso histórico.

Quizá aquello a lo que apunta la afirmación de la unidad en la industria cultural se hace más claro en el análisis de la segunda dimensión: la degradación de la cultura en industria de la diversión. En ese punto Adorno y Horkheimer logran acercar el análisis a la experiencia cotidiana y descubrir la relación profunda que en el capitalismo articula los dispositivos del ocio a los del trabajo, y la impostura que implica su proclamada separación. La unidad hablaría entonces del funcionamiento social de una cultura que se constituye en "la otra cara del trabajo mecanizado". Y ello tanto en el mimetismo que conecta al espectáculo organizado en series -sucesión automática de operaciones reguladas- con la organización del trabajo en cadena, como en la operación ideológica de recargue: la diversión haciendo soportable una vida inhumana, una explotación intolerable, inoculando día a día y semana tras semana "la capacidad de encajar y de arreglarse", banalizando hasta el sufrimiento en una lenta "muerte de lo trágico", esto es: de la capacidad de estremecimiento y rebelión. Línea de reflexión que continuará Adorno algunos años después en su valiente crítica de la "ideología de la autenticidad" -en los existencialistas alemanes y especialmente en Heidegger-, desenmascarando la pretensión de una existencia a salvo del chantaje y la complicidad, de una existencia constituida por un encuentro que para escapar a la comunicación degradada convierte "a la relación yo-tu en el lugar de la verdad". Por paradójico que parezca, nos dirá Adorno, la jerga de la autenticidad, de la interioridad y del encuentro acaba cumpliendo la misma función que la degradada cultura de la diversión, es "de la misma sangre" que el lenguaje de los medios, pues inocula la evasión y la impotencia para "modificar cualquier cosa en las vigentes relaciones de propiedad y de poder".

La tercera dimensión, la desublimación del arte, no es sino la otra cara de la degradación de la cultura, ya que en un mismo movimiento la industria cultural banaliza la vida cotidiana y positiviza el arte. Pero la desublimación del arte tiene su propia historia, cuyo punto de arranque se sitúa en el momento en que el arte logra desprenderse del ámbito de lo sagrado merced a la autonomía que el mercado le posibilita. La contradicción estaba ya en su raíz, el arte se libera pero con una libertad que "como negación de la funcionalidad social que es impuesta a través del mercado queda esencialmente ligada al presupuesto de la economía mercantil". Y sólo asumiendo esa contradicción el arte ha podido resguardar su independencia. De manera que contra toda estética idealista hemos de aceptar que el arte logra su autonomía en un movimiento que lo separa de la ritualización, lo hace mercancía y lo aleja de la vida. Durante un cierto periodo de tiempo esa contradicción pudo ser sostenida fecundamente para la sociedad y para el arte, pero a partir de un momento la economía del arte sufre un cambio decisivo, el carácter de mercancía del arte se disuelve "en el acto de realizarse en forma integral" y perdiendo la tensión que resguardaba su libertad, el arte se incorpora al mercado como un bien cultural mas adecuándose enteramente a la necesidad. Lo que de arte quedará ahí ya no será más que su cascarón: el estilo, es decir, la coherencia puramente estética que se agota en la imitación. Y esa será la "forma" del arte que produce la industria cultural: identificación con la fórmula, repetición de la fórmula. Reducido a cultura el arte se hará "accesible al pueblo como los parques", ofrecido al disfrute de todos, introducido en la vida como un objeto más, desublimado.

La reflexión de Horkheimer y Adorno llega hasta ahí. Hay otra pista que se apunta sólo de paso, la de que el "encanallamiento" actual del arte esté ligado no sólo al efecto del mercado, sino al precio que pagaría el arte burgués por aquella pureza que lo mantuvo alejado, excluido de la clase inferior. Pero esa pista queda al aire, sin desarrollo. La que se seguirá desarrollando es la de "la caída del arte en la cultura". A estudiar esa caída dedicará Adorno buena parte de su obra. Voy a rastrear en las dos vetas maestras de ese desarrollo, la de la crítica cultural y la de la filosofía del arte, los elementos que conciernen a nuestro debate.

Comencemos por confesar de entrada nuestra perplejidad. Leyendo a Adorno nunca se sabe del todo de qué lado está el crítico. Hay textos en los que la tarea parece ser la demistificación, la denuncia de la complicidad, el desenmascaramiento de las trampas que tiende la ideología. Pero hay otros en los que se afirma que la complicidad de la crítica con la cultura "no se debe meramente a la ideología del crítico: mas bien es fruto de la relación del crítico con la cosa que trata". Lo que nos pone decididamente sobre otra pista, que es la que parece interesar verdaderamente a Adorno. Y de ahí nuestra perplejidad: qué sentido tiene todo lo afirmado acerca de la lógica de la mercancía, qué sentido tiene criticar la industria cultural si "lo que parece decadencia de la cultura es su puro llegar a sí misma". Y de un texto a otro la desazón aumenta, pues la significación de la cultura es remitida indistintamente a la historia- a la "neutralización lograda gracias a la emancipación de los procesos vitales con la ascensión de la burguesía" -y a la fenomenología hegeliana de "la frustración impuesta por la civilización a sus víctimas". De manera que la denuncia de la sujeción de la cultura al poder y la pérdida de su impulso polémico se "resuelven" en la imposible reconciliación del espíritu exilado consigo mismo. ¿No estará hablando de eso Adorno cuando nos habla de la imposible reconciliación del Arte con la Sociedad? De la Dialéctica del Iluminismo a Teoría estética, obra póstuma, la fidelidad a los presupuestos es completa aunque los temas cambien. Si en el primer texto se oponía el arte "menor" o ligero al arte serio en nombre de la verdad, esa oposición "desciende" ,y se acerca a nuestra problemática central a través del problema del goce. "Hay que demoler el concepto de goce artístico", proclama Adorno, pues tal y como lo entiende la conciencia común -la cultura popular diríamos nosotros- el goce es sólo un extravío, una fuente de confusión: el que goza con la experiencia es sólo el hombre trivial. Y cuando empezamos a sospechar el parecido de ese pensamiento con ideas encontradas antes ideológicamente del otro lado, nos topamos con afirmaciones como ésta que recuerda al Ortega más reaccionario: "La espiritualización de las obras de arte ha aguijoneado el rencor de los excluidos de la cultura y ha iniciado el género de arte para consumistas". La ceremonia de la confusión no puede ser más completa: ¿Y si en el origen de la industria cultural más que la lógica de la mercancía lo que estuviera en verdad fuera la reacción frustrada de las masas ante un arte reservado a las minorías?

Cargada de un pesimismo y de un despecho refinado, que no impiden sin embargo la lucidez, la reflexión de Adorno sigue su marcha colocando frente a frente la inmediatez en que se encharca el goce -puro placer sensible- y la distancia que, bajo la forma de disonancia, asume el arte que aún puede llamarse tal. La disonancia es la expresión de su desgarramiento interior, de su negarse al compromiso. La disonancia -"signo de todo lo moderno"- es la clave secreta que, en medio de la estupidez reinante de una sociología que en ella ve la marca de la alienación, sigue haciendo posible el arte hoy, la nueva figura de su esencia ahora que el arte se torna inesencial. Ahora que la industria cultural monta su negocio sobre las trazas de ese "arte inferior" que nunca obedeció al concepto de arte. Atención al apunte: ese arte desobediente al concepto "fue siempre un testimonio del fracaso de la cultura y convirtió ese fracaso en voluntad propia, lo mismo que hace el humor". El apunte es precioso por el ángulo desde el que se percibe el sentido del "arte inferior" y su relación con la industria cultural: la reacción al fracaso, pero también su convertirlo en voluntad propia. Y para que no haya la menor confusión sobre aquello a lo que se refiere con el "arte inferior" ahí está el ejemplo: ¡como el humor...!

Sabemos que la critica del goce tiene razones no sólo estéticas. Los populismos, fascistas o no, han predicado siempre las excelencias del realismo y han exigido a los artistas obras que transparenten los significados y que conecten directamente con la sensibilidad popular. Pero la crítica de Adorno, hablando de eso, apunta sin embargo hacia otro lado. Huele demasiado a un aristocratismo cultural que se niega a aceptar la existencia de una pluralidad de experiencias estéticas, una pluralidad de los modos de hacer y usar socialmente el arte. Estamos ante una teoría de la cultura que no sólo hace del arte su único verdadero paradigma, sino que lo identifica con su concepto: un "concepto unitario" que relega a simple y alienante diversión cualquier tipo de práctica o uso del arte que no pueda derivarse de aquel concepto, y que termina haciendo del arte el único lugar de acceso a la verdad de la sociedad. Pero entonces ¿no estaremos demasiado cerca, desde el arte, de aquella trascendencia que los Heidegger, Jaspers y demás habían creído encontrar en la autenticidad del encuentro del yo-tu?

Adorno negaría cualquier convergencia, puesto que cualquier encuentro puede guardar las trazas de una reconciliación y si algo distingue su estética es la negación a cualquier reconciliación, a cualquier positividad. Es lo que trata de decirnos al colocar el extrañamiento en el centro mismo del movimiento por el que el arte se constituye en tal: "Sólo por medio de su absoluta negatividad puede el arte expresar lo inexpresable: la utopía". Por eso puede entonces distinguirse tan netamente hoy lo que es arte de lo que es pastiche: esa mixtura de sentimiento y vulgaridad, ese elemento plebeyo que el verdadero arte abomina. Y que la catarsis aristotélica ha venido justificando durante siglos al justificar unos mal llamados "efectos del arte". En lugar de desafiar a la masa como hace el arte, el pastiche se dedica a excitarla mediante la activación de las vivencias. Pero jamás habrá legitimación social posible para ese arte inferior cuya forma consiste en la explotación de la emoción. La función del arte es justamente lo contrario de la emoción: la conmoción. Al otro extremo de cualquier subjetividad, la conmoción es el instante en que la negación del yo abre las puertas a la verdadera experiencia estética. Por eso nada entienden los críticos que aún siguen con el cacareo manido de que el arte debe salir de su torre de marfil. Y lo que no entienden esos críticos es que el extrañamiento del arte es la condición básica de su autonomía. Que todo compromiso con el pastiche -con el kitsch, con la moda- no es más que una traición. Claro que la presión de la masa es tanta que hasta los mejores acaban cediendo, pero "alabar el jazz y el rock and roll en lugar de Beethoven no sirve para desmontar la mentira de la cultura, sino que da un pretexto a la barbarie y a los intereses de la industria de la cultura". Ante el chantaje la tarea del verdadero arte es apartarse. Es el único camino posible para un arte que no quiera acabar identificando al hombre con su propia humillación. En la era de la comunicación de masas "el arte permanece íntegro precisamente cuando no participa en la comunicación". Lástima que una concepción tan radicalmente limpia y elevada del arte deba, para formularse, rebajar todas las otras formas posibles hasta el sarcasmo y hacer del sentimiento un torpe y siniestro aliado de la vulgaridad. Desde ese alto lugar, a donde conduce al crítico su necesidad de escapar a la degradación de la cultura, no parecen pensables las contradicciones cotidianas que hacen la existencia de las masas ni sus modos de producción del sentido y de articulación en lo simbólico.

La experiencia y la técnica como mediaciones de las masas con la cultura
A Benjamin se le suele estudiar como integrante de la Escuela de Frankfurt. Y sin embargo aunque hay convergencia en las temáticas, qué lejanas están de esa Escuela algunas de sus preocupaciones más hondas. El talento radicalmente no académico, la sensibilidad, el método y la forma de escritura son otros. Apenas ahora empezamos a saber que las relaciones de Benjamin con Adorno y Horkheimer -éstos en Nueva York ayudándole los últimos años con el pago de artículos mientras aquél vivía su exilio errante en Europa- no fueron tan amistosas, es decir, igualitarias. No sólo Benjamin fue reconvenido con frecuencia por su heterodoxia, sino que sus amigos editores se permitieron alterar expresiones y retrasar indefinidamente la publicación de textos. Más allá de la anécdota importa lo que esos hechos dicen de la lucha de Benjamin por abrirle camino a una búsqueda que nos revela no poco de lo que también nosotros intentamos pensar.

La ruptura está en el punto de partida. Benjamin no investiga desde lugar fijo, pues tiene a la realidad por algo discontinuo. La única trabazón está en la historia, en la redes de huellas que entrelazan unas revoluciones con otras o al mito con el cuento y los proverbios que aún dicen las abuelas. Esta disolución del centro como método es lo que explica su interés por los márgenes, por todas esas fuerzas, esos impulsos que trabajan los márgenes sea en política o en arte: Fourier y Baudelaire, las artes menores, los relatos, la fotografía. De ahí la paradoja. Adorno y Habermas lo acusan de no dar cuenta de las mediaciones, de saltar de la economía a la literatura y de ésta a la política fragmentariamente. Y acusan de eso a Benjamin, que fue el pionero en vislumbrar la mediación fundamental que permite pensar históricamente la relación de la transformación en las condiciones de producción con los cambios en el espacio de la cultura, esto es, las transformaciones del sensorium de los modos de percepción, de la experiencia social. Pero para la razón ilustrada la experiencia es lo oscuro, lo constitutivamente opaco, lo impensable. Para Benjamin, por el contrario, pensar la experiencia es el modo de acceder a lo que irrumpe en

la historia con las masas y la técnica. No se puede entender lo que pasa culturalmente en las masas sin atender a su experiencia. Pues a diferencia de lo que pasa en la cultura culta, cuya clave está en la obra, para aquella otra la clave se halla en la percepción y en el uso. Benjamin se atrevió a decir esto escandalosamente: "A la novela la separa de la narración el hecho de estar esencialmente referida al libro [...1. El narrador toma lo que narra de la experiencia, de la propia o de la que le han relatado. Y a su vez lo convierte en experiencia de los que escuchan su historia. El novelista en cambio se mantiene aparte. La cámara natal de la novela es el individuo en su soledad". Benjamin se da entonces a la tarea de pensar los cambios que configuran la modernidad desde el espacio de la percepción mezclando para ello lo que pasa en las calles con lo que pasa en las fábricas y en las oscuras salas de cine y en la literatura sobre todo en la marginal, en la maldita. Y eso es lo que era intolerable para la dialéctica. Una cosa es pasar lógica, deductivamente, de un elemento o otro dilucidando las conexiones. Y otra descubrir parentescos, "oscuras relaciones" entre la refinada escritura de Baudelaire y las expresiones de la multitud urbana, y de ésta con las figuras del montaje cinematográfico; o rastrear las formas del conflicto de clases en el tejido de registros que marcan la ciudad y hasta en la narrativa de los folletines. Ése es su método, tan arriesgado que de él afirmó Brecht: "Pienso con terror qué pequeño es el número de los que están dispuestos por lo menos a no mal entender algo así".

Dos temas serán los conductores para leer a Benjamin desde nuestro debate: las nuevas técnicas y la ciudad moderna.

Pocos textos tan citados en los últimos años, y posiblemente tan poco y mal leídos, como La obra de arte en la época de su reproductibilidad técnica. Mal leído ante todo por su descontextualización del resto de la obra de Benjamin. ¿Cómo comprender el complejo sentido de la "atrofia del aura" y sus contradictorios efectos sin referirla a la reflexión sobre la mirada en el trabajo sobre París o al texto sobre "experiencia y pobreza"? Reducido a unas cuantas afirmaciones sobre la relación entre arte y tecnología, ha sido convertido falsamente en un canto al progreso tecnológico en el ámbito de la comunicación o se ha transformado su concepción de la muerte del aura en la de la muerte del arte. Mi apuesta de lectura se halla en el texto sobre E. Fuchs, en el que Benjamin plantea la importancia capital de una "historia de la recepción". Se trataría entonces, más que de arte o de técnica, del modo como se producen las transformaciones en la experiencia y no sólo en la estética: "Dentro de grandes espacios históricos de tiempo se modifican, junto con toda la existencia de las colectividades, el modo y manera de su percepción sensorial"; se busca entonces "poner de manifiesto las transformaciones sociales que hallaron expresión en esos cambios de la sensibilidad". ¿Y qué cambios en concreto estudia Benjamin? Los que vienen producidos por la dinámica convergente de las nuevas aspiraciones de la masas y las nuevas tecnologías de reproducción. Y en la que el cambio que verdaderamente importa reside en "acercar espacial y humanamente las cosas", porque "quitarle su envoltura a cada objeto, triturar su aura, es la signatura de una percepción cuyo sentido para lo igual en el mundo ha crecido tanto que incluso, por medio de la reproducción, le gana el terreno a lo irrepetible". Ahí está todo: la nueva sensibilidad de las masas es la del acercamiento ese que para Adorno era el signo nefasto de su necesidad de engullimiento y rencor resulta para Benjamin un signo sí pero no de una conciencia acrítica, sino de una larga transformación social, la de la conquista del sentido para lo igual en el mundo. Y es ese sentido, ese nuevo sensorium es el que se expresa y materializa en las técnicas que como la fotografía o el cine violan, profanan la sacralidad del aura -"la manifestación irrepetible de una lejanía"-, haciendo posible otro tipo de existencia de las cosas y otro modo de acceso a ellas. De lo que habla la muerte del aura en la obra de arte no es tanto de arte como de esa nueva percepción que, rompiendo la envoltura, el halo, el brillo de las cosas, pone a los hombres, a cualquier hombre, al hombre de la masa en posición de usarlas y gozarlas. Antes, para la mayoría de los hombres, las cosas, y no sólo las de arte, por cercanas que estuvieran estaban siempre lejos, porque un modo de relación social les hacía sentirlas lejos. Ahora, las masas, con ayuda de las técnicas, hasta las cosas más lejanas y más sagradas las sienten cerca. Y ese "sentir", esa experiencia, tiene un contenido de exigencias igualitarias que son la energía presente en la masa. ¿No será una radical incomprensión de ese sentir y su energía lo que incapacitará a Adorno para entender el nuevo arte que nace con el cine o el jazz? Qué de extraño puede tener entonces que el cine constituya para Adorno el exponente máximo de la degradación cultural, mientras que para Benjamin "el cine corresponde a modificaciones de hondo alcance en el aparato perceptivo, modificaciones que hoy vive a escala de existencia privada todo transeúnte en el tráfico de una gran urbe". Adorno, como Duhamel -de quien afirmó Benjamin: "Odia el cine y no ha entendido nada de su importancia"-, se empeña en seguir juzgando las nuevas prácticas y las nuevas experiencias culturales desde una hipóstasis del Arte que les ciega para entender el enriquecimiento perceptivo que el cine nos aporta al permitirnos ver no tanto cosas nuevas, sino otra manera de ver viejas cosas y hasta la más sórdida cotidianidad. Ahí está el cine de Chaplin o el neorrealismo confirmando la hipótesis de Bejamin: el cine "con la dinamita de sus décimas de segundo" haciendo saltar el mundo carcelario de la cotidianidad de nuestras casas, de las fábricas, de las oficinas.

Pero, atención: no se trata de ningún optimismo tecnológico. Nada más lejos de Benjamin que la ilustrada creencia en el progreso. "La representación de un progreso del género humano en la historia es inseparable de la representación de la prosecución de ésta a lo largo de un tiempo homogéneo y vacío".

Y si del progreso técnico se trata, Benjamin va tan lejos que encuentra al concepto moderno de trabajo cómplice de esa ideología: "Nada ha corrompido tanto a los obreros alemanes como la opinión de que están nadando con la corriente. El desarrollo técnico es para ellos la pendiente de la corriente a favor de la cual pensaron que nadaban". Su análisis de las tecnologías apunta entonces en otra dirección: la de la abolición de las separaciones y los privilegios. Eso fue lo que resintió, por ejemplo, la gente que conformaba el mundo de la pintura ante el surgimiento de la fotografía, y frente a lo que reaccionó con una "teología del arte". Sin percatarse que el problema no era si la fotografía podía ser o no considerada entre las artes, sino que el arte, sus modos de producción, la concepción misma de su alcance y su función social estaban siendo transformados por la fotografía. Pero no en cuanto mera "técnica", y su magia, sino en cuanto expresión material de la nueva percepción.

La operación de acercamiento hace entrar en declive el viejo modo de recepción, que correspondían al valor "cultual" de la obra, y el paso a otro que hace primar su valor exhibitivo. Los paradigmas de ambos son la pintura y la cámara fotográfica, o cinematográfica, la una buscando la distancia y la otra borrándola o aminorándola, la una total y la otra múltiple. Y exigidoras por tanto de dos maneras bien diferentes de recepción: la del recogimiento y la de la dispersión. La clave del recogimiento quedó ya señalada más atrás cuando a propósito de las diferencias entre "narración" y novela Benjamin hace del "individuo en su soledad" el lugar propio de la novela. Y ahora añade: "Aquél que se recoge ante una obra de arte se sumerge en ella". Es el único modo que parece reconocer Adorno: el del yo abriéndose-sumergiéndose en la profundidad de la obra. La nueva forma de la recepción es por el contrario colectiva y su sujeto es la masa "que sumerge en sí misma la obra artística". Benjamin tiene conciencia de lo escandaloso de su proposición y nos advierte que ese modo de participación artística no tiene ningún crédito, como lo acaba de demostrar la reacción de los eruditos frente al cine: "¡Las masas buscan disipación pero el arte reclama recogimiento!". Y es que se necesitaba sin duda una sensibilidad bien desplazada del etnocentrismo de clase para afirmar a la masa como matriz de un nuevo modo "positivo" de percepción cuyos dispositivos estarían en la dispersión, la imagen múltiple y el montaje. Con lo que se estaba afirmando una nueva relación de la masa con el arte, con la cultura, en la que la distracción es una actividad y una fuerza de la masa frente al degenerado recogimiento de la burguesía. Una masa que "de retrógrada frente a un Picasso se transforma en progresista frente a Chaplin". El espectador de cine se vuelve "experto", pero de un tipo nuevo en el que no se oponen sino que se conjugan la actitud crítica y el goce. Colocándose en una franca oposición a la visión de Adorno, Benjamin ve en la técnica y las masas un modo de emancipación del arte.

A la relación de la masa con la ciudad -segunda pista de entrada a nuestro tema-, Benjamin accede por el camino más largo y paradójico, el de la poesía de Baudelaire. Lo que le lleva a ello es haber encontrado en esa literatura "los lados inquietantes y amenazadores de la vida urbana". Ahí la masa aparece a través de diferentes "figuras". La primera de ellas es la de la conspiración: espacio en que se cuece la rebeldía política, sobre él convergen y en él se encuentran los que vienen del límite de la miseria social con los que vienen de la bohemia, esa gente del arte que ya no tiene mecenas pero que todavía no ha entrado en el mercado. Su lugar de encuentro es la taberna, y lo que allí agrupa a obreros sin trabajo, a literatos y conspiradores profesionales, a traperos y delincuentes es que "todos estaban en una protesta más o menos sorda contra la sociedad". Baudelaire siente que por la taberna, por "su vaho", pasa una experiencia fundamental de los oprimidos, de sus ilusiones y sus rabias. Y eso lo descubre Benjamin en el poema transformado en protesta contra el puritanismo de los temas y la belleza estúpida de las palabras, en la búsqueda de otro lenguaje, de otro idioma: el de la masa entre la taberna y la barricada.

Una segunda figura es la de las huellas, o mejor, la de la masa como "difuminación de las huellas de cada uno en la muchedumbre de la gran ciudad". Con la industrialización la ciudad crece y se llena de una masa que, de un lado, borra las huellas, las señas de identidad de que tan necesitada vive la burguesía, y de otro cubre, tapa las huellas del criminal. Frente a estas dos operaciones de la masa urbana, la burguesía traza su estrategia en un doble movimiento que la lleva, por una parte, a encerrarse y recuperar sus huellas, sus señas, en el diseño y armado del interior; y por otra, a compensar "por medio de un tejido múltiple de registros" la pérdida de los rastros en la ciudad. En oposición al realismo que exhibe la oficina, el interior se refugia en la vivienda, un interior que mantiene al burgués en sus ilusiones de poder conservar para sí, como parte de sí, el pasado y la lejanía, las dos formas del distanciamiento. De ahí que sea en el interior donde el burgués dará asilo al Arte, y que sea en él donde trate de conservar sus huellas. El otro movimiento es el de los dispositivos de identificación con que se busca controlar la masa. Y van desde el marcado numérico de las casas hasta las técnicas de los detectives con las que se hace frente a la masa-asilo de los delincuentes. Con lo que la literatura policíaca se convierte en filón para estudiar lo urbano y las operaciones de la masa en la ciudad.

La tercera figura es la experiencia de la multitud. De ella habla Engels a propósito de la multiplicación de la fuerza que supone la concentración masiva de gentes, una fuerza reprimida y a punto de estallar. Pero al mismo tiempo la masa urbana consterna a Engels, y en esa consternación Benjamin ve la presencia de un provincianismo y un moralismo que le impiden adentrarse en la verdad de la multitud. Frente a la de Engels, la experiencia de Baudelaire es la plenamente moderna, la "del placer de estar en multitud", porque a la multitud no la siente ya externa, como un algo exterior y cuantitativo, sino como algo intrínseco, una nueva facultad de sentir, "un sensorium que le sacaba encantos a lo deteriorado y lo podrido" pero cuya ebriedad no despojaba sin embargo a la masa "de su terrible realidad social". Es en multitud como la masa ejerce su derecho a la ciudad. Pues la masa tiene dos caras. Una por la que no es sino esa "aglomeración concreta pero socialmente abstracta" cuya verdadera existencia es sólo estadística. Y otra, que es la cara viva de la masa tal y como la percibió Victor Hugo, la de la multitud popular. Benjamin no se engaña cuando lee a Baudelaire, sabe que hay un socialismo esteticista, que se limita a adular la masa proletaria sin asumir el rostro de la opresión. Pero eso no le impide reconocer en la literatura de Baudelaire un sentido/sensorium nuevo de la masa: la expresión de un nuevo modo de sentir.

Que de ello se trataba nos lo prueba el interés de Benjamin por las "artes menores" que colecciona Fuchs, como la caricatura, la pornografía o el cuadro de costumbres. Empujado por lo que Aguirre denomina "una nostalgia cuesta arriba", que le permite leer la trama que entreteje lo arcaico a lo moderno, Benjamin cifra en su interés por lo marginal, por lo menor, por lo popular, una creencia que los Horkheimer y Adorno juzgan mística: la posibilidad de "liberar el pasado oprimido". Pienso que justamente ahí se ubica el fondo de nuestro debate: la posibilidad misma de pensar las relaciones de la masa con lo popular. Convencidos de que la omnipotencia del capital no tendría límites, y ciegos para las contradicciones que venían de las luchas obreras y la resistencia-creatividad de las clases populares, los críticos y censores de Benjamin no pueden ver en las tecnologías de los medios de comunicación más que el instrumento fatal de una alienación totalitaria, Lo que implicaba desconocer el funcionamiento histórico de la hegemonía y aplastar la sociedad contra el Estado negando u olvidando la existencia contradictoria de la sociedad civil. Pero para Adorno en especial el combate parecería centrarse únicamente entre el Estado y el individuo. La afirmación no es mía, no estoy sino glosando al propio Habermas: la experiencia que desesperadamente trata de resguardar Adorno es la que viene de "la lectura solitaria y la escucha contemplativa, es decir, la vía regia de una formación burguesa del individuo". Por eso, al descubrir el quiebre histórico de esa cultura, Adorno piensa que todo está perdido. Sólo el arte más alto, el más puro, el más abstracto podría escapar a la manipulación y la caída en el abismo de la mercancía y del magma totalitario. Benjamin, por el contrario, no acepta que el sentido haya sido anegado, absorbido por el valor. Ya que para él "el sentido no es algo que se acreciente como el valor", no es producido aunque sí transformado, pues depende del proceso de producción. Y entonces la experiencia social puede tener dos caras: un oscurecimiento, un empobrecimiento profundo, y al mismo tiempo no perder su capacidad de crítica y de creatividad. Porque experimentó eso Benjamin supo desplazarse a tiempo de una experiencia burguesa que había dejado de ser la única configuradora de la realidad. Que en el momento en que la mercancía aparentaba "realizarse" por completo era el mismo en que la realidad social se disgregaba comenzando a bascular del otro lado, del de las masas y su nuevo sensorium y su contradictorio sentido. Un desplazamiento que fue a la vez político y metodológico permitió a Benjamin ser pionero de la concepción que desde mediados de los años setenta nos está posibilitando desbloquear el análisis y la intervención sobre la industria cultural: el descubrimiento de esa experiencia otra que desde el oprimido configura unos modos de resistencia y percepción del sentido mismo de sus luchas, pues como él afirmó "no se nos ha dado la esperanza, sino por los desesperados".

martes, 18 de marzo de 2008

Los trabajadores y la reestructuración empresaria. Por Oscar Martínez (1)

( Oscar Martínez es sociólogo, asesor sindical e integrante del Taller de Estudios Laborales (TEL) www.tel.org. ar )

Introducción
En las últimas décadas los trabajadores vieron cambiar sustantivamente su realidad. Entre los principales aspectos se puede hablar de fuertes transformaciones en los procesos productivos, surgen nuevas ramas de la producción, se producen cambios en el equipamiento y en la forma de organizar el proceso de trabajo, surgen programas de calidad total, se precariza el empleo, etc. Estos cambios, de distinta naturaleza y entidad, desestabilizan la situación del movimiento obrero, e imponen cambios en la estructura ocupacional.
Frente a estas transformaciones surgen numerosas explicaciones (aunque no necesariamente muy diversas), muchas de las cuales forman parte del sentido común político, sindical y académico. Este artículo se propone realizar un breve recorrido por las principales transformaciones que sufre la clase obrera y el conjunto de los trabajadores, cuestionando en algunos casos visiones establecidas que, en nuestra opinión, obturan la posibilidad de compresión de los procesos, cuando no apuntan directamente a legitimar y “naturalizar” los cambios
Partimos de la premisa que los procesos que se analizarán, sólo pueden entenderse en el marco de la ofensiva sostenida y generalizada que el capital ejerce sobre el movimiento obrero, desde hace décadas.
El capital retoma dos objetivos históricos: una mayor explotación, y paralelamente -como condición para lograrlo- un mayor control y dominación de los trabajadores.
Estamos frente a un proceso que pone en juego mucho más que la pérdida de ciertos derechos, o un ajuste para aumentar la explotación. Está emergiendo un nuevo “mundo del trabajo”, que establece un nuevo campo y nuevas reglas, con la imposición de una nueva relación de fuerzas entre el capital y el trabajo, absolutamente favorable al primero.
Los cambios que se mencionarán, así como su evolución futura no son un problema “económico”, o el resultado de la “evolución tecnológica” o la “dinámica de los mercados”, ni tampoco dependen exclusivamente de los proyectos y acciones que ejecutan las fracciones dominantes. Es un proceso abierto que avanzará en función de los enfrentamientos sociales y de la dinámica de la relación de fuerzas.
Se analizarán centralmente tres aspectos: las transformaciones en la estructura ocupacional; el avance en la flexibilizació n laboral y su impacto sobre los trabajadores; y la implementació n de nuevas formas de organizar el trabajo.
Apuntamos a superar una visión muy extendida que restringe los problemas de los trabajadores a la desocupación. Es sin duda el problema más visible y uno de los más graves, pero en modo alguno es el único. La precarización del empleo, la intensificació n de los ritmos de trabajo, la extensión de la jornada laboral, etc. son otros problemas, tanto o más graves, que enfrentan cotidianamente los trabajadores.
En realidad son dos caras de una misma moneda, y expresan la dinámica de la acumulación capitalista y la ofensiva del capital sobre los trabajadores. La desocupación le permite al capital imponer condiciones de trabajo cada vez más duras para los trabajadores.

· Las transformaciones en la estructura ocupacional.

En un plano general referido a la estructura ocupacional, se visualiza un doble y complejo proceso.
Por una parte se puede hablar de una heterogeneización y fragmentación en la situación ocupacional de las capas subalternas resultado de una mayor heterogeneidad en la estructura productiva, el incremento en la desocupación, la precarización y flexibilidad, etc.
Pero a la vez, en un sentido homogeneizador de la situación de gran parte de los trabajadores, tiene lugar un proceso de descalificació n y proletarizació n creciente de trabajadores no industriales y de capas de trabajadores asociados históricamente a los sectores medios. A esto se suma un empobrecimiento generalizado de las capas subalternas y una relativa uniformizació n de los medios de trabajo.
Veamos las transformaciones que llevan a una fragmentación de la clase obrera[2].
Aclaremos en primer lugar que estamos hablando de un incremento en la heterogeneidad, y no una contraposició n entre una supuesta homogeneidad pasada frente a una heterogeneizació n actual. Siempre existieron diferencias en la situación de los trabajadores, producto de la diversidad de la estructura productiva, ya sea por los distintos procesos productivos que supone cada rama de actividad, distinta escala de planta, grado de desarrollo del proceso de trabajo, etc.
Un primer elemento que lleva a la fragmentación está dado por el significativo aumento de los niveles de la desocupación abierta que alcanza valores inéditos en el país.
La persistencia de una elevada tasa de desocupación, que aunque en los últimos años haya descendido, se ubica muy por encima de los niveles históricos, habla de un desempleo estructural que constituye un cambio cualitativo en la sociedad argentina, acostumbrada durante décadas a una situación de pleno empleo.
Pero, además, puede decirse que la desocupación real es mucho más elevada que la que brinda la tasa de desocupación abierta por dos motivos: el llamado efecto desaliento que lleva a que muchos trabajadores (sobre todo los jóvenes que pretenden ingresar al mercado laboral) desistan de buscar empleo dadas las fuertes dificultades para obtenerlo, y además en los sectores más empobrecidos, las familias no pueden “darse el lujo” de sostener a un desocupado, por lo que se recurre al autoempleo en actividades ocasionales con magros ingresos, encubriendo el desempleo.
No se trata de una insuficiencia de la acumulación capitalista, y entonces su solución estaría en asegurar un mayor crecimiento de la economía (dándole facilidades al capital para garantizar la acumulación). Por el contrario, la desocupación es inherente al proceso histórico de acumulación capitalista. La tendencia es que a mayor desarrollo capitalista mayor superpoblació n relativa para las necesidades del capital.
En este punto es necesario cuestionar aquellas visiones que presentan a la desocupación como sinónimo de exclusión y que presentan a los desocupados como un grupo social diferenciado de los ocupados. Los datos más elementales muestran que lo habitual para una parte importante de los trabajadores es la rotación entre el empleo y el desempleo. Es decir que ocupados y desocupados no remiten a sujetos sociales distintos, sino a momentos diferentes en la vida de un trabajador. Como ejemplo puede mencionarse que en el Gran Buenos Aires, el tiempo promedio en que una persona permanece desocupada alcanza aproximadamente los 6 meses.
El incremento del trabajo a tiempo parcial, del cual la subocupación horaria es un indicador, es otra fuente de dispersión y otro de los problemas laborales que enfrentan los trabajadores. Los trabajadores a tiempo parcial en general tienen ingresos reducidos y menor estabilidad laboral, del mismo modo que su participación en la vida gremial es baja.
La extensión del trabajo precario[3] es otra de las tendencias presentes en los últimos lustros. Suele representar, en numerosos casos, situaciones de desempleo encubierto. Es un sector en creciente pauperización, frecuentemente desorganizado y disperso.
Los trabajadores precarios suelen tener una mayor rotación en sus actividades. Dos de las principales ramas que concentran el trabajo precario son la construcción y los servicios personales.
La precarización del empleo avanza por varias vías: incremento del trabajo en negro, flexibilidad de contrato, y el falso trabajo autónomo (facturación, contratos de locación de obra, etc.) que encubre una relación salarial.
Cabe señalar que no es un problema acotado al llamado sector “informal”, también en las grandes empresas se encuentran trabajadores sin ningún tipo de estabilidad, realizando las mismas tareas que los trabajadores estables, pero con menores salarios y con jornadas más prolongadas de trabajo.
Otro tanto sucede en el sector público. Este ámbito era considerado sinónimo de estabilidad, pero en los últimos años tuvo lugar una virtual “explosión” de los contratos de locación de obra o de locación de servicios. Estos contratos son efectuados en forma directa por el estado, o a través de triangulaciones vía Banco Mundial, PNUD, fundaciones, etc. conformando un virtual estado paralelo. Más allá que esta sea una vía de financiamiento de “asesores” y profesionales que vienen a imponer las recetas de los organismo internacionales, se puede ver que numerosas áreas del estado funcionan en base a la existencia de este personal contratado. Otras áreas sólo pueden cumplir sus tareas por la existencia de mano de obra gratuita (residentes en el área de salud, meritorios en la justicia, estudiantes en algunas secretarías)
El trabajo no registrado, en “negro”, la forma más grave –pero no única- de precariedad alcanza a casi la mitad de los asalariados de los principales aglomerados urbanos del país.
El aumento relativo y absoluto del trabajo independiente que fue una de las tendencias presentes en las décadas anteriores (y que constituía otra fuente de dispersión) parece haberse detenido: en la presente década el trabajo cuentapropia fluctúa alrededor de la quinta parte de la población activa. Seguramente más que cambios en la cantidad, ha habido cambios en la características de los cuentapropias, con la extensión de trabajo de baja productividad e inestable.
Puede suponerse que al menos parte de los cuentapropistas eran en realidad desocupados encubiertos que finalmente cayeron en el desempleo abierto.
El marcado incremento del empleo en las ramas que componen el sector terciario (comercio, finanzas, servicios) es otro motivo de diferenciació n en la heterogeneizació n de la situación de los trabajadores.
De hecho la denominación genérica de sector terciario abarca un abanico de situaciones muy diversas: ámbito público y privado, actividades de circulación y de servicios, tareas auxiliares de la producción y de tipo asistencial, utilización de microelectrónica, servicios personales de carácter manual, etc.
El empleo en el sector terciario se ha caracterizado históricamente por un menor grado de sindicalizació n, organización y participación gremial. Es necesario señalar que en los últimos años esta situación tiende a revertirse, al menos en parte; como ejemplo pueden mencionarse los múltiples conflictos del área estatal, en especial los conflictos del personal docente, de los hospitales públicos, trabajadores municipales, etc..
Debe considerarse además, que aún en las actividades más estructuradas del sector (sector bancario, reparticiones públicas, grandes establecimientos comerciales) son escasas las grandes concentraciones de trabajadores. Por el contrario la dispersión espacial es uno de sus rasgos distintivos.
Pero, en un sentido opuesto, se puede afirmar que el régimen de producción fabril se extiende en el sector servicios, sobre este punto, central en la caracterizació n de la conformación de la estructura ocupacional, volveremos más adelante
Por otra parte se comprueba una división de los trabajadores por la vía de los diferenciales salariales. La ampliación de la diferenciació n en los ingresos y la individualizació n de las remuneraciones aparece como una actitud impulsada conscientemente por políticas gubernamentales y empresarias.
A pesar de la reducción del número de categorías en los nuevos convenios, se observa una dispersión salarial que responde a varios motivos: la falta de vigencia de los convenios colectivos, la emergencia de convenios por empresa, ya sea legalmente o de hecho, la ampliación de los componentes variables de la remuneración (plus por productividad, presentismo, bonificaciones, etc.), todo lo cual tiende a individualizar el salario.
Junto a este proceso de dispersión, se comprueba un empobrecimiento general, resultado de una baja estructural de los niveles salariales directos y también de la búsqueda empresaria de anular cualquier forma de salario indirecto. No se debe olvidar el proceso de rebaja salarial directa iniciado por el gobierno y continuado por el sector privado bajo la amenaza del despido.
Los trabajadores industriales
La situación de los trabajadores industriales merece un análisis particular, por su importancia como sujeto social y porque visiones muy extendidas hablan de una virtual desaparición.
En las últimas décadas tuvo lugar una significativa caída de su peso tanto en términos relativos como absolutos dentro de la población activa y de los asalariados. Se produce también una caída de las concentraciones obreras en los grandes establecimientos que eran el sector más dinámico de la clase obrera. Una política de “racionalizació n” de la producción, la externalizació n de determinadas tareas y un fuerte incremento de los ritmos productivos han tendido a reducir la escala de planta. Por el contrario crece la importancia de los establecimientos pequeños y medianos que suelen presentar menor nivel de organización y participación.
Se verifica también un incremento en la diversificació n de la situación de los trabajadores. Desde el extremo en que se encuentra un sector de trabajadores inserto en las formas más desarrolladas de la organización del trabajo -automación y proceso continuo- con alto desarrollo de la división del trabajo, ubicado en establecimientos medios y grandes hasta un sector “opuesto” conformado por microempresas con formas semiartesanales de producción, caracterizado por la precariedad y la baja productividad. Entre ambos existe un amplio espectro de situaciones intermedias.
Esta situación convive con una clara diferenciació n, a veces en el interior de una misma planta, entre trabajadores estables y contratados, reconocidos y en "negro", sindicalizados y no sindicalizados, fuerte dispersión salarial, etc.
En los últimos años, la puesta en marcha del Mercosur y la naturaleza del intercambio comercial con Brasil, han afectado fuertemente a varias ramas industriales, con cierre de empresas y pérdida de puestos de trabajo, aunque no hay aún un balance claro de la magnitud de este impacto.
La asalarización de la mano de obra y la proletarizació n de sectores medios
Se habla del fin de la clase obrera y del trabajo asalariado, sin embargo el régimen de producción fabril y la subsunción real del trabajo en el capital penetran cada día más en numerosas ramas de la producción, tales como comercio, finanzas, esparcimiento, etc.
Obviamente en estas ramas no es nuevo un fuerte control de los grandes capitales, pero el proceso de trabajo seguía dependiendo en gran medida de la mano de obra. En la medida en que se introducen técnicas organizativas y equipamiento que determinan un control objetivo del capital sobre el proceso de trabajo, este se vuelve plenamente capitalista. Las transformaciones en la rama comercio es un buen ejemplo de esta dinámica. El incremento en la escala de planta, el predominio absoluto del trabajo asalariado, la división del trabajo y la definición del proceso de trabajo desde el equipamiento dan cuenta de esta realidad.
En el mismo proceso se proletarizan o pasan a ser asalariados sectores profesionales que en su mayor parte ejercían su labor en forma independiente, y categorías de trabajadores que tenían un gran control sobre su proceso de trabajo.
Abogados, contadores, arquitectos pasan a trabajar para grandes estudios o consultoras que compran su fuerza de trabajo e imponen sus condiciones laborales. Otro tanto sucede con los profesionales de la salud que pasan a trabajar para clínicas o instituciones de medicina prepaga con remuneraciones, ritmos y condiciones definidas por el empleador.
El mismo proceso puede verse, masivamente, en la rama de transportes. De la vieja figura del colectivero dueño de su vehículo, se pasó más tarde a la figura del “tropero” (dueño de una cantidad elevada de vehículos que trabaja con peones), y en la actualidad son grandes sociedades anónimas que controlan varias líneas de transporte. En el caso de los taxímetros está teniendo lugar un proceso semejante.
Un caso relativamente semejante, pero más complejo puede encontrarse en el transporte de cargas. Las empresas más grandes suelen caracterizarse por no poseer vehículos. El empleador define precios, horarios, tareas, tiempos, etc. pero el trabajador debe poner el vehículo (y afrontar reparaciones, accidentes, reposición de unidades, etc.), es decir que el riesgo del capital lo asume plenamente el trabajador.
Es por todo esto que nos parecen totalmente incorrectas aquellas visiones que hablan de un retroceso de la salarización, de una reducción del volumen y peso de la población que vive de la venta de su fuerza de trabajo. En realidad se confunde una relación social, la venta de la fuerza de trabajo, con una figura legal, la “relación de dependencia” con recibo de sueldo. Podrán existir una gran cantidad de figuras contractuales, pero todas se caracterizan por la venta de la fuerza de trabajo y la subordinación creciente al capital
El trabajo asalariado sigue siendo la figura ampliamente dominante, y se extiende a categorías laborales tradicionalmente independientes o sólo formalmente asalariados. Que el capital logre desmantelar conquistas de los trabajadores, como la efectividad en el empleo, el aguinaldo, las vacaciones, la responsabilidad sobre la seguridad de los trabajadores, no niega que continúa comprando la fuerza de trabajo y apropiándose de plusvalía.
Un trabajador, sea contador, programador de computación, herrero, etc., que se ve obligado a trabajar para un tercero, que debe usar los medios de trabajo ajenos, en tareas, lugares y condiciones dispuestas por otro, poniendo a disposición de éste su fuerza de trabajo, es un asalariado, más allá que deba facturar y aparezca como un cuentapropia ante el estado o, incluso, ante sí mismo. No hay una ruptura de la relación salarial, tal vez sí un opacamiento o encubrimiento.
Se observa también un proceso de descalificació n y subordinación de sectores medios vía la informática: cada día más saberes técnicos y profesionales son transferidos a los programas de computación[4] (diseño, proyecto, trabajo gráfico, tareas matemáticas y estadísticas, e incluso la propia programación) , en tanto que los trabajadores que realizaban estas tareas pasan a ser “apéndices” de la maquinaria, con ritmos, tareas, rutinas y conocimientos que posee e impone el equipamiento. Y aquí no se debe confundir el prestigio social que puede tener una tarea, por el uso de una computadora por ejemplo, con su calificación o complejidad.
Este proceso de descalificació n y proletarizació n constituye una homogeneizació n de las capas subalternas, del que habitualmente no se habla. Por el contrario, en general sólo se pone énfasis en aquellos cambios que llevarían a la diferenciació n entre los trabajadores.
En el mismo sentido actúa una uniformizació n relativa del trabajo por vía del crecimiento del trabajo indirecto, y la introducción creciente de la informática: el manejo de la materia de trabajo a través del teclado y la información en pantalla está presente en industrias químicas, en tornos con control numérico, en bancos, en oficinas de servicios, comercios, etc., y tiende a introducir un lenguaje y una práctica común en ramas muy diferentes.

· La flexibilidad laboral
Gran parte de las transformaciones en la situación de los trabajadores en las últimas décadas, está asociado a la ofensiva que mantiene el capital bajo el nombre de flexibilidad, para imponer una total arbitrariedad en las formas de contratación y uso de la fuerza de trabajo.
Si bien el objetivo de recortar los derechos de los trabajadores y “recuperar” terreno para la arbitrariedad empresaria no es nueva (incluso éste fue uno de los principales objetivos de la dictadura militar), la ofensiva en el plano legal y las principales leyes de flexibilizació n se ubican centralmente en la década del 90.
Por distintos medios han avanzado en una flexibilidad de la relación contractual, que le permite a las empresas variar libremente la cantidad y las condiciones de contratación de la mano de obra: libertad para la contratación, para despedir sin demasiada o ninguna indemnización, para recurrir sin límites a las agencias de trabajo eventual, etc.
Se comprueba una creciente recurrencia a la contratación de trabajadores eventuales y temporarios. El trabajo por agencia conlleva una confusión en las relaciones de dominación, ya que un empleador paga el salario y otro explota la fuerza de trabajo.
Incluso se puede hablar de un corte entre el significado del mundo del trabajo para un adulto (con años de haber trabajado) y para un joven. Para este último la precariedad, la rotación entre empresas y la imprevisibilidad del futuro laboral son sólo datos de la realidad.
Por otra parte, también han impuesto distintas modalidades de la flexibilidad del tiempo de trabajo, con el objetivo de terminar con la jornada y los días fijos de trabajo, que ocasiona una desaparición de la frontera entre el tiempo personal (para el descanso, la familia, etc.) y el tiempo de trabajo. Todo el tiempo del trabajador, debe estar a disposición de la empresa. Tal vez el ejemplo más claro se encuentre en los supermercados, en los cuales lo trabajadores deben afrontar jornadas de duración indefinida en turnos que pueden cambiar día a día, incluyendo los fines de semana.
En algunos casos se ha establecido una cantidad anual de horas de trabajo, pero dejando en manos del empleador la facultad de ir disponiendo de esas horas de acuerdo a las necesidades puntuales de la empresa. Este mecanismo, además de afectar la vida y la salud de los trabajadores, tiende a reducir puestos de trabajo, ya que no es necesario contar con mayor personal para los momentos de mayor producción o contratarlos en ese momento, sino que se hace trabajar más horas a la mano de obra con que se cuenta.
La flexibilidad del tiempo de trabajo es imprescindible para el sistema Justo a Tiempo: en muchos casos no existen fines de semana u horario laboral, ya que el trabajador debe estar disponible cuando las grandes empresas necesitan aprovisionarse de suministros.
Se han implementado también diversos mecanismos que instalan una Flexibilidad Salarial, que le permite a las empresas variar las remuneraciones de acuerdo a la situación de la empresa y del mercado a la vez que se está tratando de individualizar la discusión salarial y extender nuevas formas del trabajo a destajo.
Además se ha extendido ampliamente la polivalencia o multifunción. Los trabajadores deben ejecutar tareas de todo tipo. Se está rompiendo con las características básicas de los antigüos Convenios Colectivos y con las anteriores prácticas laborales, que establecían con claridad, calificaciones, categorías y tareas para cada puesto de trabajo.
La polivalencia se expresa en muchos de los nuevos convenios mediante la reducción del número de categorías. Implica una reducción sustantiva de los tiempos muertos. Las empresas logran exigir más trabajo y más esfuerzo de los trabajadores, intensificando el trabajo, y paralelamente reduciendo personal.
Mientras que el discurso empresario, y buena parte del discurso académico, asocia polivalencia con enriquecimiento del trabajo, en los hechos implica agregar tareas día a día, eliminando los tiempos de descanso. Significa una vuelta de tuerca de las formas tradicionales de organización del trabajo (profundizando sus aspectos más negativos como el trabajo repetitivo y el control patronal).
Este es un importante desafío para el movimiento obrero: la búsqueda del modo de superar la desgastante división del trabajo que lleva a realizar todos los días las mismas tareas, sencillas y descalificadas sin tener que someterse a la arbitrariedad empresaria que lleva a aumentar día a día las tareas y a reducir al extremo los tiempos muertos imponiendo ritmos insoportables a los trabajadores.

· Las nuevas formas de organizar el trabajo y la producción.
Otro de los puntos sobresalientes en las transformaciones del espacio productivo en los años 90,
es la extensión de nuevas formas de organizar el trabajo y la producción, muchas de ellas englobadas habitualmente bajo el término toyotismo o calidad total. La externalizació n o subcontratació n de tareas, los círculos de calidad, trabajo en equipo, Justo a tiempo/kanbam, etc. son herramientas cada vez más presentes en la estructura productiva.
En términos generales estas técnicas están presentes en las grandes empresas, ya sea de industria o servicios, pero también pueden encontrarse algunas herramientas de las nuevas formas de organizar el trabajo en medianas e incluso pequeñas empresas.
Una de las estrategias más extendidas es la externalizació n o subcontratació n de parte del proceso productivo, reteniendo sólo el núcleo de la producción. Es así que tareas como limpieza, vigilancia, mantenimiento, y parte de la producción propiamente dicha (varía de acuerdo a la rama de actividad) son transferidas a empresas de terceros (a veces a empresas propias). En casos extremos puede hablarse de empresas virtuales que subcontratan todo el proceso productivo, cuyas instalaciones no son más que unas oficinas y varias líneas de teléfono.
Esta situación lleva a una importante fragmentación del colectivo de trabajo. Muchas veces se encuentran en un mismo lugar de trabajo, trabajadores que formalmente son empleados por distintas empresas, que pertenecen a distintos gremios, con convenios, remuneraciones y condiciones de trabajo totalmente distintos.
Por otra parte se despliega una serie de herramientas que transforman el proceso de trabajo. En nombre de conceptos tan seductores como la calidad, la eficiencia o la modernidad, se busca imponer técnicas que implican una intensificació n del trabajo, la competencia entre los propios trabajadores y una entrega “voluntaria” del saber obrero.
Puede ser útil detenernos en este punto, porque afecta sustantivamente a los trabajadores, pero además porque no pocos intelectuales y políticos que se consideran progresistas insisten en encontrarles virtudes a estas estrategias empresarias.
En primer lugar es necesario mencionar, aunque no se trate de una técnica productiva, la fuerte campaña ideológica que busca estar presente en todos los lugares de la empresa, e incluso en la casa y orientada hacia la familia, para ir convenciendo a los trabajadores con la prédica empresaria.
Se busca crear una atmósfera que lleve a los trabajadores a identificarse con los objetivos del empresario. Para esto se despliegan una serie de elementos propagandísticos, afiches y carteles en las plantas, folletos y carpetas para el trabajador y su familia, viajes, cenas, etc.. En muchos casos, especialmente en pequeñas empresas las estrategias de calidad total se reducen a esto.
La introducción de círculos de calidad es una forma de lograr que los trabajadores aporten conocimiento e ideas para reducir costos y aumentar la rentabilidad empresaria, esta vez disfrazada de mayor calidad.
Para lograr la implementació n de los círculos de calidad se resalta su carácter participativo, pero los espacios de participación que brindan son más ilusorios que reales. Los temas sobre los cuales pueden opinar los miembros de los círculos, y los que están expresamente prohibidos son decididos unilateralmente por la empresa y sólo apuntan a mejorar la rentabilidad de la empresa. Los círculos, además, actúan y discuten a nivel del lugar de trabajo totalmente alejados de los verdaderos ámbitos de decisión de la empresa.
En muchas empresas se les exige a los trabajadores que describan y detallen por escrito la totalidad de las tareas que realizan. Una vez que la empresa se apropia de este conocimiento le es más fácil reemplazar a los trabajadores.
Los llamados métodos participativos (círculos de calidad, programas de sugerencias, etc.) son medios para apropiarse del saber obrero, para lograr que los trabajadores se involucren con los intereses de la empresa y tomen sus objetivos como propios (el “ponerse la camiseta de la empresa”). A pesar de la continua y creciente descalificació n, siempre queda un residuo de saber obrero necesario para llevar adelante la producción, saber que los empresarios quieren sea entregado “voluntariamente” por los trabajadores. Estas técnicas no son más que otro capítulo de la expropiación del saber obrero en el camino de fortalecer al capital.
Otro de los cambios que se pueden observar es la introducción del trabajo en equipo. Con esta técnica se cambia la organización del trabajo: se pasa del trabajo individual, donde cada uno tiene su puesto de trabajo específico con tareas claramente delimitadas, al trabajo grupal. Del mismo modo la carga de trabajo ya no es individual, sino que es grupal. El grupo es responsable de una tarea o una cantidad de tareas, y la forma en como se reparte esa carga dentro del grupo es una decisión interna.
Con la implementació n de esta forma de trabajo, se observa en numerosos casos el surgimiento de un fuerte control entre los propios trabajadores. Como la asignación interna de tareas se realiza dentro del grupo, es frecuente ver que cada trabajador se convierte en un supervisor de sus compañeros, presionando ante la falta, enfermedad, menor rendimiento de algún trabajador, ya que sobrecarga al resto. La empresa obtiene igual o mayor control que antes sobre la mano de obra, pero en una forma encubierta, sin la presencia de supervisores y capataces. Cabe mencionar como ejemplo el caso de una empresa que produce hamburguesas, en la cual un equipo “votó” pedir el despido de un compañero.
Con el trabajo en equipo también se habla de enriquecimiento de las tareas, pero tal enriquecimiento parece estar más en los deseos que en la realidad, la experiencia parece indicar que en realidad continúan las tareas “taylorizadas” , elementales y parceladas, sólo que ahora, en el mejor de los casos, se debe rotar entre varias de ellas sin tiempo para el descanso y sin que aumente la calificación. De ningún modo se revierte la tendencia al aumento en la división del trabajo y la descalificació n de la mano de obra.
También se ha instalado en muchas empresas industriales la producción justo a tiempo. Aunque es presentada simplemente como una producción sin stock, es mucho más que esto, y se constituye en un formidable mecanismo de intensificació n del trabajo y de control de los trabajadores (requiere un número mínimo de trabajadores, cambiando rápidamente de tarea, y con horarios flexibles), a la vez que exige mano de obra de reserva (desocupada) para los momentos picos de producción, y empresas proveedoras en las que los trabajadores estén también siempre disponibles.
Se puede decir que la primera condición ‑imprescindible‑, para que pueda funcionar el modelo toyotista, es la flexibilizacion de los derechos de los trabajadores. Se debe poder disponer de la mano de obra en la cantidad y en las condiciones que en cada momento considere necesaria la empresa. La producción se estructura a partir de un número mínimo de trabajadores, y se amplía a través de la contratación, el trabajo a destajo, o las horas extras. Todas estas técnicas, tan “modernas”, sólo pueden funcionar si existe una amplia capa de trabajadores descalificados, realizando tareas manuales sin protección legal y con bajos salarios, sin empleo asegurado.
La introducción de estas técnicas resulta en una transferencia de mayor responsabilidad hacia los trabajadores, pero bajo ningún aspecto se transfiere mayor autoridad o poder de decisión. Esta ecuación, mayor responsabilidad e igual o menor poder de decisión, representa una mayor presión y tensión.
Frente a las promesas de enriquecimiento del trabajo, y de una democratizació n de las relaciones laborales, el Toyotismo significa una continuidad y una profundizació n de las formas históricas que toma el proceso de trabajo bajo el capitalismo. Es así que no desaparecen, sino que aumentan la subordinación del trabajador a la maquinaria y al plan empresario, la descalificació n del trabajo, la eliminación de los tiempos muertos con la consiguiente intensificació n del trabajo, y la expropiación del saber obrero, elementos inherentes al desarrollo del proceso productivo en el capitalismo.
En el sistema toyotista se genera una tensión y angustia permanente, producto de un control enmascarado, un control entre compañeros y un funcionamiento autodisciplinario. La reducción del número de mandos medios y la emergencia de líderes, a veces elegidos por los propios trabajadores, tiende a diluir la percepción de la dominación y a encubrir el control.
Estas nuevas técnicas son aceptadas en muchos casos porque se sustentan en los legítimos deseos de los trabajadores de ser reconocidos, en la necesidad que se valorice su conocimiento y capacidad. Es uno de los puntos más peligrosos de las nuevas técnicas, y requiere ser considerado en el momento de definir una política frente a las mismas. Obviamente las empresas no parten de estos sentimientos de los trabajadores para mejorar el contenido del trabajo, sino para obtener una identificació n del trabajador con la empresa, para reducir costos y dividir al movimiento obrero.
Dentro de los nuevos elementos presentes en la producción, se debe mencionar la introducción de nuevas tecnologías informatizadas. Ubicamos este aspecto en último lugar porque disentimos con un determinismo tecnológico que presenta las actuales transformaciones como resultado de los nuevos equipos y la informática.
Si bien la tecnología no es neutral, ya que el desarrollo de cierta tecnología y no otra es una opción social, el equipamiento es un mecanismo más en el conjunto de herramientas del capital.
Pero además, si se analiza el origen de los últimos cambios, se puede ver que es mucho mayor el impacto de la flexibilidad y de las nuevas formas de gestión que de los nuevos equipos informatizados.
Las nuevas tecnologías informatizadas muestran una difusión desigual, mientras en algunas ramas sólo afectan ciertas empresas o parte de las mismas, en otras ramas cambian por completo su perfil (como por ejemplo el sector gráfico, o las nuevas sucursales bancarias prácticamente sin personal).
Su implementació n siempre marcha en el sentido de desplazar trabajadores y desarrollar un mayor control de los mismos. La informática potencia espectacularmente la capacidad de controlar el tiempo efectivo de trabajo, las tareas, los ritmos, etc.
Pero estas tendencias, no son nuevas o propias de las nuevas tecnologías, sino que son inherentes al desarrollo del capitalismo. La sujeción del trabajador al capital vía los medios de trabajo y el reemplazo del trabajo vivo por el capital constante son propios del régimen de gran industria.
También se utilizan las nuevas tecnologías para transferir tareas al cliente a través del equipamiento. El caso más difundido son los cajeros automáticos del sector bancario (en las cuales el cliente realiza tareas que anteriormente efectuaba un cajero). Otro tanto sucede lo mismo con las expendedoras automáticas de boletos de ferrocarril, las centrales telefónicas que derivan las llamadas a través del discado, etc.
La intensificación del trabajo.
Cualquiera sea el sector o rama de actividad y el tipo de empresa, los trabajadores deben enfrentar en la actualidad la arbitrariedad y la prepotencia de la patronal que suele fijar a su antojo las condiciones laborales.
El conjunto de los trabajadores se ven afectados por una brutal intensificació n del trabajo. Por medio de la coacción y el chantaje posibilitado por la desocupación, a través de la competencia entre trabajadores y mediante la introducción de nuevas tecnologías, se logra aumentar los ritmos y la carga de trabajo, a la vez que se extiende la jornada de trabajo sin pago de horas extras ni ningún tipo de reconocimiento.
Esta situación conduce a un grave deterioro en las condiciones laborales, una de las demostraciones más claras de esto se encuentra en las cifras oficiales de las muertes por accidentes de trabajo: cerca de mil trabajadores, un promedio de cuatro por día hábil de trabajo han muerto en los último años. Si se considera que estos son los datos suministrados por las empresas, y que seguramente no contemplan la totalidad de los casos se puede tener una idea de la gravedad de la situación.

· Palabras finales
Como ya se señaló, se visualiza un doble proceso: una heterogeneización y fragmentación de la situación de los trabajadores producto del incremento de la desocupación, de la precariedad, una diversificació n de la estructura productiva, la fractura de los colectivos de trabajo vía la subcontratació n, etc. por un lado, y un proceso de homogeneizació n resultado de la extensión del régimen fabril a numerosos sectores de actividad, la asalarización de profesionales y una relativa uniformizació n de los medios de trabajo.
Se han desplegado un conjunto de técnicas, mecanismos y leyes que perjudican abiertamente a los trabajadores. Aquí podemos incluir la flexibilizació n laboral, la precarización del empleo, la intensificació n manifiesta de los ritmos de trabajo, etc. Y se instalan nuevos sistemas productivos que introducen importantes cambios en los lugares de trabajo, como los círculos de calidad, el trabajo en equipo, el justo a tiempo. En este caso, y con la promesa de la participación y el enriquecimiento del trabajo, se impone una intensificació n de los ritmos, la autoexplotació n, la competencia entre los trabajadores.
En lo cotidiano se puede ver como las empresas se manejan con una total arbitrariedad y los trabajadores se encuentran en un clima de temor e incertidumbre generalizado.
Tanto la flexibilidad y la precarización del empleo, como las nuevas formas de gestionar la producción y el trabajo, están en consonancia con las tendencias históricas del capitalismo. En primer lugar con un incremento en la división social y técnica del trabajo. A pesar del discurso participativo, sólo existe una “consulta subordinada”, quien manda y quien obedece queda fuera de discusión. La cadena de mandos sufre modificaciones, pero ninguna transformació n sustantiva. Tampoco está en juego la distinción entre concepción y ejecución.
Continúa también el proceso de expropiación del saber obrero, ya sea por una entrega supuestamente voluntaria (programas de sugerencias, círculos de calidad) o través de la formalización del proceso de trabajo y el equipamiento.
A la vez tiene lugar un mayor control o dominación “objetiva” de la mano de obra, tanto por el control del equipamiento, en especial por las nuevas tecnologías informatizadas, como por los sistemas justo a tiempo.
La gravedad y profundidad de los cambios que estamos enfrentando, no deberían llevarnos a la resignación, a buscar virtudes para los trabajadores donde no las hay o a conformarnos con un hipotético mal menor, sino por el contrario debería impulsar la búsqueda de ideas y acciones que respondan a las necesidades e intereses de los trabajadores.
La crítica a las nuevas estrategias empresarias no implica una defensa de las anteriores características que presentaba el mundo del trabajo. Si bien se deben valorar y defender las conquistas históricas de los trabajadores (lo que los empresarios -y varios “progresistas” - llaman rigideces), el núcleo de la organización de la producción respondía a las necesidades del capital. La división taylorista del trabajo, la línea de montaje, la separación entre concepción y ejecución, no son logros de los trabajadores sino imposiciones del capital.
Lo anterior y lo actual son formas que ha encontrado el Capital para organizar la producción y el trabajo en cada período histórico con el fin de asegurar la explotación y dominación, y que implicaban e implican riesgos, amenazas y perjuicios concretos para los trabajadores. Al igual que en todos los períodos anteriores, los trabajadores deberán encontrar nuevamente las formas apropiadas de acción y organización con las que defender sus intereses.
Se trata de pensar una respuesta propia y una alternativa desde los trabajadores, y no de elegir lo menos nocivo de los movimientos del capital. Implica encontrar nuevos caminos y nuevos instrumentos, que articulen con las mejores tradiciones de organización y lucha de los trabajadores.
Entre los múltiples aspectos y ámbitos en los que el movimiento obrero debe rearmar sus fuerzas, y generar nuevas estrategias, queremos, para finalizar este artículo, llamar la atención sobre un espacio central de lucha que es frecuentemente olvidado: el lugar y el puesto de trabajo.
Las nuevas formas de gestión empresaria, y de organización del trabajo, la descentralizació n en la negociación, y la ofensiva ideológica cotidiana en el espacio productivo, resaltan la importancia de la confrontación en el lugar y en el puesto de trabajo, lugar donde más transparente y directa es la relación capital-trabajo.
El movimiento obrero argentino basó buena parte de su fortaleza en su poder en los lugares de trabajo, y en la extensión de los cuerpos de delegados y comisiones internas. Se trata de reconstruir ese poder, y encarar la discusión sobre la organización del proceso de trabajo, que no es lo mismo que discutir condiciones de trabajo.
La lucha en el puesto de trabajo no es una lucha sólo “sindical” (en el sentido, a veces peyorativo, de atenerse a cuestiones meramente inmediatas y reivindicativas) sino que apunta a la creación (o pérdida) de poder de los trabajadores. La organización y la generación de poder en los colectivos de trabajo es una condición necesaria, imprescindible, aunque no suficiente, en el camino de cambiar la actual relación de fuerzas.

[1] Sociólogo. Asesor sindical. Integrante del Taller de Estudios Laborales (TEL) www.tel.org. ar.
Una versión preliminar de este trabajo fue publicada en “Izquierda, instituciones y lucha de clases”, Bs. As. 1998.
[2] Hablamos aquí de clase obrera en un sentido amplio, como aquellos que están obligados a vender su fuerza de trabajo y no tienen ningún control del proceso productivo.
[3]Si bien la definición del trabajo precario es ambigüa, podemos caracterizarlo por la inestabilidad temporal de las tareas, la ausencia de cobertura social (obra social, jubilación, pago por enfermedad, etc.) y los bajos e inestables ingresos.
[4] Por otra parte, quienes diseñan estos programas, son un grupo reducido de trabajadores restringidos a pocas empresas en pocos países.__._,_.___

lunes, 17 de marzo de 2008

Roca, la fundación del Estado argentino y la masacre. Por Daniel Campione-


Fuente: Argenpress www.argenpress.info
Roca es un auténtico fundador del Estado argentino. Con su gestión coincide la ocupación efectiva del territorio, el arreglo de los principales conflictos de límites, la federalización de Buenos Aires, la configuración del Ejército argentino (incluyendo el servicio militar obligatorio y su carácter de única fuerza armada en el país), el establecimiento de la unidad monetaria, las medidas que dieron forma a una parcial separación entre Iglesia y Estado, la regulación básica de la educación pública, etc. Se genera una maquinaria estatal consolidada, y al mismo tiempo se dedican esfuerzos y recursos materiales y simbólicos a generar una ciudadanía antes inexistente. Dónde había gauchos, indios e inmigrantes recientemente arribados, el estado se propone crear 'argentinos', fieles súbditos del estado nacional, impulsados por un 'patriotismo' que hasta ese momento no había tenido referencias firmes. Lo hace a través de la expansión de la educación pública, la implantación del servicio militar, la institucionalización del culto patriótico. 1880 puede ser considerado como fecha de origen del estado argentino con motivos al menos tan sólidos como 1816 (la declaración de independencia de España) o 1852 (la primera constitución nacional). Es la figura política decisiva durante treinta años, desde fines de la década de los 70' hasta poco antes de 1910. Electo presidente dos veces (1880-1886 y 1898-1904) en el interregno entre ambas presidencias fue el líder político decisivo, el organizador de la maquinaria política nacional. Esos roles de Roca coinciden en el tiempo con el ingreso más pleno de Argentina al mercado internacional, cuando el cereal primero, y la carne después, se unen a la lana (y lo superan) como principal rubro de exportación y las inversiones británicas (y algunas norteamericanas) se orientan cada vez más a la infraestructura para el comercio exterior, en forma de ferrocarriles, puertos, frigoríficos... Ese crecimiento agroexportador está asentado en un acelerado reparto de tierras, que tiene en los nuevos espacios generados por la 'conquista del desierto' una base fundamental. Los grandes apellidos locales, que controlan la tierra pero también los bancos, el gran comercio y las incipientes industrias, se asocian con el capital extranjero que se reserva el dominio del transporte, los servicios públicos y las comunicaciones. Esa integración será sustento, al mismo tiempo, de una gigantesca modernización económica, pero también social y cultural. La oligarquía argentina comienza a pensarse como la hacedora de un gran país, de una porción de civilización de matriz europea en el bárbaro suelo de América del Sur. Los intendentes de Buenos Aires de la época de Roca derriban buena parte de la ciudad colonial para convertirla en una metrópoli de pretensiones europeístas. Destacados hombres de letras brillan en los salones porteños, cultivando un estilo más mundano y cosmopolita que el de sus antecesores. En lo político-institucional, el dos veces presidente pondrá en marcha la 'república posible' ideada por Alberdi (que culminará su obra escribiendo una celebración del papel unificador e institucionalizador del general con aspecto de 'archiduque austríaco') pero irrealizada hasta el 80, en un horizonte de guerras civiles y rebeliones constantes. Con el fraude electoral, sistematizado y en parte 'desmilitarizado', con la liga de gobernadores y el partido autonomista nacional (lo que explica magistralmente Botana en 'El Orden Conservador') Roca presenta un escenario de 'pacificación' y de consolidación de la autoridad nacional, de administración racional y ordenada de una sociedad cuyas premisas básicas ya no se discuten. Al interior mismo de las clases dominantes, el estado del período 'roquista' actuará como 'enlace' entre distintas fracciones territoriales de la clase dominante, asentadas en cada provincia, y hasta ese momento siempre enfrentadas con la burguesía predominante de Buenos Aires, y en disputa por el poder político local y regional. El general Roca organiza el fraude electoral y un cierto 'reparto' en materia de inversiones estatales, que afianzan la integración de burguesías locales, incluyendo las no ligadas a la generación de excedentes exportables en la región pampeana, que se integran al aparato estatal nacional y cuyos representantes más dilectos circulan fluidamente por los cargos públicos. Una parte de esa obra de consolidación de la clase dominante y del Estado está ligada al control (cuando no al exterminio) de las 'clases peligrosas'. El control sobre los habitantes no indígenas del medio rural, su reducción a mano de obra asalariada o a carne de cañón en los fortines, es anterior a la actuación político-militar del tucumano. El deberá encararse contra los 'malones' provenientes primero de Salinas Grandes y luego de Nueva Pompeya y Almagro (como escribiría Viñas), primero los indios, después los 'gringos', en base a un racismo que pasa a defender lo 'criollo' frente al elemento indio y al inmigrante, y se corporiza en la ley orientada a conquistar el desierto (con su empréstito reembolsable en tierras y sus leyes de premios militares y reparto de tierras), y luego en la Ley de Residencia, la 4144, que faculta a la expulsión de extranjeros 'indeseables'. Ideología general de defensa del orden establecido, completada por el 'higienismo', el racismo de base biologista, la criminología. La protesta social es delito, motivo de exclusión de la comunidad nacional y del territorio. El adversario de clase es pintado como criminal nato, como bestia con forma humana, para legitimar su represión y de ser necesario, su aniquilación. Representativo de toda una generación de 'hombres de Estado', Roca se identifica ininterrumpidamente con el 'orden', con el país 'oficial' Desde 1859 en adelante, jamás estará del lado de los insurrectos o los disconformes. Luchará contra el 'Chacho' Peñaloza, alzado en armas en La Rioja. Contra López Jordán, una y otra vez rebelde en Entre Ríos. Derrotará a la sublevación del ex presidente Mitre, hará la guerra del Paraguay... Todo hasta llegar al ministerio de Guerra, al comando de la 'campaña al desierto', y finalmente a que las armas de la nación impongan a Buenos Aires, breve guerra civil mediante, la candidatura presidencial de Roca y la 'federalización' de Buenos Aires, y el se convierta en el líder máximo de la coalición en el gobierno por el espacio de tres décadas, con un prestigio erigido sobre el cadáver de varios miles de indígenas.Su origen familiar es el de hijo de un guerrero de la independencia, todavía sin fortuna. Durante su trayectoria se convertirá en un propietario rural de primer orden, en parte gracias a donaciones estatales, y su grupo familiar será pionero en el enriquecimiento a través de contratos estatales (provisión a las FFAA en primer lugar). El general Roca será alguien que comprende (y contribuye a organizar) los mecanismos de enriquecimiento rápido, diversificado y asociado a la prebenda estatal que caracterizaron la conformación de la clase dominante en la Argentina 'moderna'. El no será un intelectual, pero sabrá servirse de los intelectuales. A su lado, como ministros, consejeros o secretarios privados, estarán Eduardo Wilde, Paul Groussac, Joaquín V. González, José Ingenieros, Leopoldo Lugones, Alberto Navarro Viola. No escribió más que correspondencia y discursos, sin embargo logró sentar las bases de un 'proyecto de país' proyectado hasta el presente. Hoy los historiadores más relevantes no son apologistas de Roca, entre otras cosas porque adoptaron un discurso histórico más bien 'objetivista' que excluye defensas o rechazos demasiado explícitos de procesos históricos o personajes. Sí rinden cierta pleitesía a la 'modernización', y en ese sentido Roca es el gran modernizador. Lo que nadie se atreve seriamente a asignarle es el carácter de demócrata: Roca muere oponiéndose a la Ley Sáenz Peña, defendiendo el modelo de república oligárquica y combatiendo cualquier intromisión plebeya en las decisiones públicas, para él los pobres servían para matar o morir en sus guerras, no para elegir gobierno. Mas allá de la historiografía académica, el pensamiento conservador se referencia en Roca. No por casualidad, Menem invocó a Roca y Pellegrini cuando su discurso de asunción del mando, anunciando su giro al neoliberalismo extremo. Reverencia a Roca la Academia Nacional de la Historia (y su émulo aún más conservador la Academia Argentina de la Historia, en la que revistan Juan José Cresto, Rosendo Fraga, entre otros). Y se unen a su culto el Círculo Militar, el diario La Nación, el empresario periodístico y analista Mariano Grondona, Félix Luna, Carlos Pedro Blaquier, dueño del Ingenio Ledesma, Roberto Cortés Conde, Ezequiel Gallo. También existe un 'roquismo de izquierda' que aportó la biografía de Alfredo Terzaga, variados comentarios de J.A. Ramos y que sigue sostenida hasta hoy por Norberto Galasso, uno de los historiadores con mayor penetración en el gran público.La supresión del culto a Roca implica una contradicción ideológica y política fuerte para el estado nacional argentino realmente existente. La soberanía territorial efectiva sobre vastas regiones, la 'civilización' entendida como exterminio del indígena, el ordenamiento básico del aparato estatal, la articulación eficaz entre las elites de las diferentes provincias; todo está asociado a Roca. Hasta cuestiones más de 'detalle' pero de elevada gravitación simbólica, como el diseño arquitectónico de la ciudad de Buenos Aires, el trazado del puerto, y toda una idea de la 'eficiencia' estatal que sobrevive hasta nuestros días. Hoy tenemos un gobierno que claramente no es 'roquista'. Pero el roquismo oficial es una 'política de estado' en Argentina, no sencilla de modificar sin una clara voluntad de cambiar el rumbo, aún a riesgo de críticas y enfrentamientos. Allí están el Museo Roca (obra de un conservador pasado al peronismo como José Arce y dependiente de la Secretaría de Cultura de la Nación ), dependiente de la Secretaría de Cultura de la Nación, los billetes de cien pesos con su imagen, el gigantesco cuadro con su figura que orna el Congreso de la Nación, decenas de monumentos, su nombre aplicado a numerosas calles y escuelas. La ruptura pública y explícita del Estado con la figura de Roca sería un fuerte cimbronazo para las tradiciones estatales argentinas y sus vínculos orgánicos con las clases dominantes del país. Sujetaría a escrutinio crítico el de qué se habla cuando se asume acríticamente la idea de soberanía territorial, de nacionalidad argentina, de estado nacional, que han construido e implantado las clases dominantes. La supresión del culto ofrendado al primer genocida de nuestras tierras, daría además una nueva coherencia a la condena a las masacres posteriores, incluyendo aquéllas aún no reconocidas plenamente (la Semana Trágica, la Patagonia, etc.), y apuntaría a establecer una nueva relación con la historia real de los orígenes de nuestro país, terminando al menos con la hipocresía de que se rinda homenaje al gaucho, al indio y al inmigrante, al mismo tiempo que se impulsa, o al menos se acepta, la glorificación de sus exterminadores.
Documento disponible en IADE.org.arhttp://www.iade.org.ar

viernes, 14 de marzo de 2008

Dependencia y sistema mundial: ¿convergencia o divergencia? Contribución al debate sobre la teoría marxista de la dependencia en el siglo XXI.


Por Adrián Sotelo Valencia**

Introducción

El presente ensayo reflexiona y debate sobre la vigencia de la teoría de la dependencia, particularmente en su vertiente marxista (TMD), en la explicación y superación del modo capitalista de producción en el siglo XXI. Al respecto, se colocan tesis centrales que se contraponen a las de quienes sustentan la factibilidad de la fusión entre la teoría de la dependencia y la del sistema mundial. Por el contrario, planteamos que la TMD contiene el potencial teórico, metodológico y analítico para desarrollarse internamente sin fusionarse necesariamente con otras corrientes de pensamiento como puede ser la teoría del sistema mundial elaborada por los braudelianos y, particularmente, por el propio I. Wallerstein o con cualquier otra corriente del pensamiento social latinoamericano contemporáneo.

Qué es la teoría de la dependencia y su objeto de estudio

Para abordar esta temática, es preciso destacar qué es la teoría de la dependencia, en particular, la inscrita en la corriente marxista, para después compaginarla con la teoría del sistema mundial.
La teoría de la dependencia surgió a mediados de la década de los sesenta del siglo pasado. Es la corriente del pensamiento latinoamericano encaminada a estudiar las raíces del desarrollo del capitalismo, el subdesarrollo y el atraso para discutir y, en su caso, destacar los mecanismos de superación frente a esas problemáticas.
Advertimos dos corrientes de la dependencia: la que considera a este concepto como coyuntural, es decir que puede ser superada en el marco del capitalismo. Aquí se inscriben la mayoría de los autores cepalinos y, en particular, Fernando Henrique Cardoso y su escuela. Por el contrario, la vertiente de la TMD difiere de la interpretación de Cardoso y Faletto en las siguientes temáticas que consideramos los puntos más destacables.
a) Primeramente, como él mismo lo plantea (Cardoso, 1976: 90-125), así como alguno de sus seguidores (Weffort, 1992: 98-105), ellos niegan la existencia de una teoría de la dependencia, a lo sumo reconocen un "enfoque" de la dependencia (también Sonntag, 1989). En cambio Marini, por ejemplo, en su libro Dialéctica de la dependencia, expone que su trabajo es apenas un esbozo para elaborar una teoría de la dependencia.
b) En segundo lugar, para la vertiente marxista de la dependencia, ésta es de naturaleza estructural y sólo se supera con su abolición, que implica la superación del capitalismo y una lucha antiimperialista. En esta perspectiva figuran autores de la talla de André Gunder Frank (1974), Ruy Mauro Marini (1973), Theotônio Dos Santos (2002), Orlando Caputo y Pizarro (1979) o los mexicanos Fernando Carmona (1964), Alonso Aguilar (2002) y José Luis Ceceña Gámez (1963 y 1975). Por ejemplo, Aguilar (2002) en el contorno de la teoría de la dependencia destaca que

"La dependencia es inherente a la expansión mundial del capitalismo. El éxito de los nuevos países industriales de Asia derivó de haber hecho lo opuesto a lo que el dogma liberal pretendía. La polarización es propia del capitalismo; pero la globalización liberal la profundiza, y además agrava los problemas de los países subdesarrollados" (Aguilar: 2002: 294).

c) Por último, una diferencia gruesa entre la vertiente marxista de la teoría de la dependencia y la escuela de Cardoso, se produce en el ámbito de la teoría. En efecto, mientras que los autores de la primera escuela recurren al instrumental epistemológico marxista, según Roberto Goto —quien releyó toda a la obra de Cardoso, ex-presidente de Brasil, expuesta a lo largo de tres décadas en un sinnúmero de libros—, en referencia a uno de sus más importantes libros, Dependencia y desarrollo en América Latina, escrito en colaboración con el chileno Enzo Faletto, asegura que "…O livro adota o método histórico-estrutural e uma tipologia de inspiração weberiana" (1998:107).
En otro trabajo de polémica con las concepciones de Bresser y Mantega destacamos que

"…el weberianismo dependentista de Cardoso y Faletto se expresa, muy claramente, en el capítulo 2 de su libro: Dependencia y desarrollo en América Latina, que concentra las reflexiones teórico-metodológicas de los autores y donde ellos certifican que: 'De acuerdo con el enfoque hasta ahora descrito, el problema teórico fundamental está constituido por la determinación de los modos que adoptan las estructuras de dominación, porque es por su intermedio que se comprende la dinámica de las relaciones de clase" (Martins y Sotelo, 1998: 73-93).

Como vemos, a diferencia de la TMD, estos autores le atribuyen el predominio a "lo político", es decir a los sistemas de dominación del poder y a las clases sociales como factores esenciales en el análisis concreto de las situaciones dependencia, quedando francamente marginados los elementos económicos planteados por el pensamiento marxista así como los históricos estructurales fundamentales para la comprensión de la totalidad del fenómeno de la dependencia.
Por último, reforzando esta idea de la influencia weberiana en el pensamiento de Cardoso, (Martins, 2003) es contundente al afirmar con propiedad que:

"A visão weberiana da dependência se estabelece a partir das obras de Cardoso e Faleto. Para eles a dependência é o paradigma de desenvolvimento de sociedades marcadas pela ambigüidade de possuírem autonomia política, mas terem seus laços econômicos definidos em função do mercado internacional. Sob a ação política formalmente livre e soberana pesariam os limites dessa estrutura de dominação que condicionaria as possibilidades de desenvolvimento dessas sociedades.
Cardoso e Faleto constroem um verdadeiro tipo ideal da dependência. Embora utilizem categorias marxistas em vários trabalhos, esses conceitos são claramente subordinados ao uso abrangente do instrumental weberiano e perdem o vigor original" ((Martins, 2003:231).

Definición de la teoría marxista de la dependencia

Ahora paso a definir qué es la teoría de la dependencia en su filón marxista, pero antes expongo su contexto histórico y teórico-político de su surgimiento. Bambirra (1978) propone seis aspectos que influyeron en su formación.
a) Los análisis de Marx y Engels sobre la cuestión colonial.
b) La polémica de los socialdemócratas rusos y del mismo Lenin con los narodniki-populistas en Rusia.
c) La teoría del imperialismo y sus alcances en la cuestión colonial en los escritos de Hilferding, Rosa Luxemburgo y Lenin.
d) La polémica al interior del Segundo Congreso de la Comintern sobre las tesis de la cuestión colonial.
e) La aplicación creadora del pensamiento de Mao Tse Tung y, por ende, de la experiencia de la revolución socialista de China después de 1949.
f) Por último, la obra de Paul Baran escrita en los años cincuenta sobre el problema del "subdesarrollo" sería otra gran fuente de influencia.
Agrego otro elemento que se da en función del debate con las tesis levantadas por los partidos comunistas latinoamericanos (marxismo endogenista) y con las tesis de la cepal alrededor de su teorema "centro-periferia" impulsado por jóvenes intelectuales y militantes de la izquierda revolucionaria identificada con los planteamientos de la revolución cubana y con los ideales libertarios y justicieros del socialismo. Esta reflexión encontrará su sistematización en la teoría de la dependencia de filiación marxista, en la medida en que es ésta doctrina, y no otra, la que le proporciona los elementos teóricos y el método de investigación y de exposición que posibilitan su constitución (para este punto véanse los trabajos reunidos en Marini y Millán, 1994).
En cuánto al contexto histórico, la teoría de la dependencia surgió en Brasil al calor del golpe militar que depuso al gobierno constitucional de Joao Goulart en 1964 y se sistematizó más tarde en Chile, sobre todo, debido a las condiciones favorables que ahí ofreció el triunfo del movimiento popular y la instauración del gobierno de la Unidad Popular en 1970. Por último, en México experimentó uno de sus más fructíferos periodos (al respecto véase la Memoria de Marini, s/).
A diferencia de otros autores ubicados en la teoría de la dependencia (Cardoso, Furtado, Ferrer, Weffort), el intento más sistemático por edificar una teoría de la dependencia fue, sin duda, el desarrollado por el brasileño Ruy Mauro Marini, principalmente en su libro Dialéctica de la dependencia publicado por editorial Era en 1973 una verz que comenzara a circular por el continente latinoamericano de forma clandestina, lo que revelaba su importancia para la intelectualidad latinoamericana de aquél entonces.

El concepto de dependencia

A continuación expongo el concepto de dependencia, porque es la clave para comprender en su justa dimensión esta teoría, así como las diferencias con otras corrientes de pensamiento.
Marini define la noción de dependencia como una:
relación de subordinación entre naciones formalmente independientes, en cuyo marco las relaciones de producción de las naciones subordinadas son modificadas o recreadas para asegurar la reproducción ampliada de la dependencia. El fruto de la dependencia no puede ser, por ende, sino más dependencia, y su liquidación supone necesariamente la supresión de las relaciones de producción que ella involucra (Marini,1973: 18).

Por su parte, para Dos Santos:
La dependencia es una situación donde la economía de cierto grupo de países está condicionada por el desarrollo y expansión de otra economía, a la cual se somete aquella. La relación de interdependencia establecida por dos o más economías, y por éstas y el comercio mundial, adopta la forma de dependencia cuando algunos países (los dominantes) pueden expandirse y autoimpulsarse, en tanto que otros (los dependientes) sólo pueden hacerlo como reflejo de esa expansión, que puede influir positiva o negativamente en su desarrollo inmediato. De cualquier manera, la situación básica de dependencia lleva a los países dependientes a una situación global que los mantiene atrasados y bajo la explotación de los países dominantes (Dos Santos, 1974: 42).
Dos Santos aclara que la dependencia condiciona "…cierta estructura interna que la redefine en función de las posibilidades estructurales de las diferentes economías nacionales" (1974: 44), con lo que confirma su alejamiento, al igual que Marini, de las tesis estancacionistas del desarrollismo.
Para Frank, la dependencia

no debe ni puede considerarse como una relación generalmente 'externa' impuesta a todos los latinoamericanos desde fuera y contra su voluntad, sino que la dependencia es igualmente una condición 'interna' e integral de la sociedad latinoamericana, que determina a la burguesía dominante en Latinoamérica, pero a la vez es consciente y gustosamente aceptada por ella. Si la dependencia fuera solamente 'externa' podría argumentarse que la burguesía 'nacional' tiene condiciones objetivas para ofrecer una salida 'nacionalista' o 'autónoma' del subdesarrollo. Pero esta salida no existe ―según nuestro argumento― precisamente porque la dependencia es integral y hace que la propia burguesía sea dependiente (1974: 13).

Objeto de estudio de la TMD

Con base en estas definiciones, el objeto de estudio de la teoría de la dependencia es la formación económico-social latinoamericana a partir de su integración subordinada a la economía capitalista mundial. Abarca el periodo colonial y la posindependencia, en la cual la economía exportadora cede paso a la formación de una economía industrial capitalista dependiente que forja su propio ciclo de reproducción; mismo que, en el plano del mercado interno, se escinde en dos esferas: la alta, propia del consumo de las clases burguesas y medias y la baja, que corresponde al consumo de las clases trabajadoras y populares que se reproducen fundamentalmente a costa del salario. En la producción surge, así, un régimen de superexplotación del trabajo (Sotelo, 1994), en el que, dicho sea de paso, algunos autores ven la contribución más acabada y original del pensamiento de MariniT,[1]T, como contrapartida de la transferencia de valores y de plusvalía que las economías dependientes realizan hacia las industrializadas y cuya síntesis es el sistemático y enorme endeudamiento externo global de los países latinoamericanos.
Es importante destacar que el marco teórico y el método de análisis de la teoría de la dependencia es el marxismo ―afirmación ampliamente respaldada por el cubano Fornet-Betancourt, 2001)― que parte de la teoría del valor-trabajo de Marx y de otras nociones como ganancia, renta de la tierra, plusvalía y ganancia. Pero no se limita a ellas: aborda también los problemas sociopolíticos y cuestiones más particulares que atañen al debate político, a la cultura, la tecnología, el conocimiento y la educación.
Para analizar las formaciones sociales latinoamericanas la tmd parte de la circulación mundial del capital; del ciclo del capital dinero y el capital mercantil para, posteriormente, abordar la esfera de la producción interna de los países dependientes y, en seguida, plantear el problema de la formación de sus propias esferas de circulación y realización en el plano de la economía interna. Como resultado de la unificación de ambos procedimientos, es posible abordar las situaciones concretas de dependencia y los fenómenos sociales y políticos de allí derivados.[2]
Además, la teoría de la dependencia, del mismo modo que lo hacen las ciencias sociales, va diversificando sus líneas temáticas esforzándose por alcanzar altura en la comprensión de los fenómenos contemporáneos.

La teoría del sistema mundial

La teoría del sistema mundial es, sin duda, una de las más importantes corrientes teóricas del pensamiento crítico contemporáneo. Además, la más cercana a la tmd, al mismo tiempo que permite discutir y valorar su pertinencia en el siglo xxi. Sin embargo, consideramos que ambas corrientes poseen sus propios marcos teóricos, metodológicos y analíticos como para desarrollarse de manera autónoma.
Pero vale la pregunta: ¿puede la teoría de la dependencia fusionarse en la del sistema mundial como expresión de una teoría para el siglo XXI?
La respuesta de Theotônio Dos Santos es afirmativa al plantear la idea de que, al influjo de la tendencia de los fenómenos sociales y humanos a proyectarse global y simultáneamente en varios espacios y tiempos en escala mundial, es posible la integración con la teoría del sistema mundial debido a que:

Las implicaciones de la teoría de la dependencia están todavía por desarrollarse. Su evolución en dirección a una teoría del sistema mundial, buscando reinterpretar la formación y el desarrollo del capitalismo moderno dentro de esa perspectiva, es un paso adelante en este sentido (Dos Santos 2002: 52).

Niemeyer Almeida Filho sustenta también la factibilidad de la fusión entre la teoría de la dependencia y el sistema mundial porque, según el autor, esta última "…descaracteriza la idea de la dependencia como una cualidad inmutable de algunas economías" (junio de 2005: 38).[3]
Aún más, Martins (2003: 264, nota 210) asegura que Dos Santos considera a la teoría (marxista) de la dependencia de los años sesenta y setenta del siglo pasado como la primera etapa de construcción de la teoría del sistema mundial a la que deberá de converger e integrarse. Se entiende, por deducción, que la segunda etapa es la actual que supone la construcción y ampliación de la teoría del sistema mundial. Sólo que habría que responder la pregunta de cómo se habrá integrado sin desaparecer sus principios, conceptos y categorías.
Por la importancia que reviste este planteamiento vale la pena, aunque de manera breve, hacer un balance de la teoría del sistema mundial y sus relaciones con la teoría de la dependencia.

El planteamiento de Wallerstein

El objetivo que se propone Wallerstein en su monumental obra en tres volúmenes (1998 y 1999), es reconstruir la historia global del capitalismo y de la modernidad desde el siglo XVI hasta la actualidad y crear una teoría correspondiente a ese proceso histórico que culminará en la teoría del sistema-mundo capitalista (Aguirre, 2003: 37).
En el primer volumen de su obra, Wallerstein (1999, Vol. 1: pp. 489-502), esboza su concepción de sistema mundial (word-system analysis) como un:

"…sistema social, un sistema que posee límites, estructuras, grupos, miembros, reglas de legitimación, y coherencia. Su vida resulta de las fuerzas conflictivas que lo mantienen unido por tensión y lo desgarran en la medida en que cada uno de los grupos busca eternamente remodelarlo para su beneficio. Tiene las características de un organismo, en cuanto a que tiene un tiempo de vida durante el cual sus características cambian en algunos aspectos y permanecen estables en otros" (Wallerstein, 1999: p. 489).

La perspectiva del sistema mundial posee una concepción analítica ―enmarcada en la historia económica y social, más que en la perspectiva económica o cultural― que pondera los procesos sistémicos por analogía con los organismos vivos, de donde se deduce que mientras unas "partes" del sistema cambian, otras permanecen intactas. De aquí la idea de que hasta la fecha existen economías–mundo, pero no imperios–mundo donde prevalece un solo poder político; nublando de esta manera la verdadera dimensión del imperialismo liderado por Estados Unidos, en el centro del bloque imperialista global actual que ocupa y domina todos los espacios del sistema capitalista incluyendo a la economía-mundo.
Wallerstein considera que las economías de subsistencia y los sistemas mundiales son formas del sistema social. Por su parte, los sistemas mundiales estarían constituidos básicamente por los imperios-mundo y las economías de subsistencia. Una tercera forma, "imaginaria", del sistema mundial, es el gobierno mundial socialista. Lo interesante a destacar aquí es que para el autor, después de la era modera, cuya duración aproximada es de quinientos años hasta la fecha, sólo ha existido una economía–mundo capitalista que se ha visto imposibilitada para transformarse en imperio-mundo, lo que estaría a punto de suceder con la actual "crisis de hegemonía" de Estados Unidos.
Por otro lado, la economía mundo posee tres divisiones: los Estados del centro, las áreas periféricas y, por último, las áreas de la semiperiferia.
En la obra citada de Wallerstein, (1999; 144), se lee que en el siglo xvi:

"La periferia (Europa Oriental y la América española) utilizaba trabajo forzado (esclavitud y trabajo obligado en cultivos para el mercado). El centro, como veremos, utilizaba cada vez más mano de obra libre. La semiperiferia (antiguas áreas centrales en evolución hacia estructuras periféricas) desarrolló una forma intermedia, la aparcería, como una alternativa extendida".

Esta visión pareciera acercar la teoría del sistema mundial a la de la dependencia, en lo que concierne a esta división tripartita que supera a la propia teoría de la cepal, la cual trabajó con el teorema bipartito centro-periferia.
De la siguiente proposición se pueden extraer dos resultados:

"La arena externa de un siglo se convierte a menudo en la periferia –o semiperiferia– del siguiente. Pero también, por otra parte, los Estados del centro pueden convertirse en semiperiféricos y los semiperiféricos en periféricos" (Wallerstein, 1999, T.1: 493).

a) En primer lugar, la tesis que me parece correcta, sostiene que de un siglo a otro la "arena externa" de la economía-mundo, los sistemas mundiales con los que esa economía mantiene relaciones comerciales y de intercambio (Wallerstein, 1999: 426 y ss.), puede convertirse en periferia o en semiperiferia de una economía-mundo.
b) En segundo lugar, se esboza una teoría de la interdependencia que resulta problemática: postula que un Estado central ― por ejemplo, Estados Unidos, Alemania, Francia o Inglaterra― puede trocarse en semiperiferia en el transcurso de un determinado periodo histórico (un siglo, dos siglos).
Hasta donde yo sé, ninguno de los países centrales históricos (España, Francia, Inglaterra, Estados Unidos) se ha convertido en periferia o semiperiferia, por lo menos hasta hoy. Lo que si ha sucedido es el surgimiento de nuevas periferias derivadas del derrumbe de la Unión Soviética y del bloque socialista en Europa, además de las diferencias estructurales entre esos países capitalistas tanto a nivel regional, como internacional: niveles diferenciados de evolución y posiciones en la jerarquía económica y geopolítica de la estructura imperialista y neoimperialista mundial (para este tema véase: Pernett, 2005 que hace una interesante radiografía del desarrollo de los eventos geopolíticos después del ataque del 11 de septiembre de 2001 contra las Torres Gemelas y el Pentágono centrando su reflexión sobre sus implicaciones en la geopolítica mundial a partir de las repercusiones en Asia Central y Medio Oriente).
De aquí que resulte difícil de sostener la tesis de Niemeyer (op. cit., 45), que implícitamente comparte con Cardoso y con la teoría del sistema mundial, respecto a que "…existen especificidades en las estrategias nacionales que dependen de las condiciones concretas de cada uno de los países, lo que abre la posibilidad para (impulsar) una política de desarrollo que, en determinadas circunstancias de disponibilidad de recursos naturales y tamaño del mercado, venga a acortar la brecha histórica de desarrollo con las economías desarrolladas".[4]
Por el contrario, lo que se observa, por lo menos a partir de la posguerra fría, es una unión estratégica del bloque imperialista bajo comando de Estados Unidos (¿unilateralismo imperial?), que dista mucho de suscitar un panorama donde la diferenciación se resuelva en la creación de periferias o semiperiferias al interior de ese bloque ni mucho menos en la conversión de las mismas en economías desarrolladas. Más bien, la modernidad y la globalización económica y del capital financiero, desarrolladas en las dos últimas décadas, profundizaron la división internacional del trabajo y del capital en centros y supercentros, periferias, semiperiferias y microperiferias debido a esos factores y a la crisis estructural de larga duración que prevalece hoy día en la economía capitalista mundial (Marini, 1996).

La crítica de Hardt y Negri de la teoría del sistema-mundo de Wallerstein

Hardt y Negri, (2002: 307) cuestionan esta concepción del sistema mundial y de la economía-mundo, pero con una visión completamente equivocada de la estructura del capitalismo, cuando dicen que esa división real en centros, periferias y semiperiferias es insuficiente para dar:

"…cuenta de las divisiones globales ni de la distribución de la producción, ni de la acumulación ni de las formas sociales. Mediante la descentralización de la producción y la consolidación del mercado mundial, las divisiones internacionales de las corrientes de mano de obra y de capital llegaron a fracturarse y multiplicarse hasta tal punto que ya no es posible demarcar amplias zonas geográficas como el centro y la periferia, el Norte y el Sur. En regiones geográficas tales como el cono sur de América Latina o el sudeste asiático, todos los estratos de producción, desde los más altos a los más bajos niveles de tecnología, productividad y acumulación, pueden existir simultáneamente uno junto al otro mientras un complejo mecanismo social mantiene la diferenciación y la interacción entre ellos. También en las metrópolis, el trabajo abarca todo un continuo desde las alturas a las profundidades de la producción capitalista: los talleres donde se explota a los obreros de Nueva York o París pueden rivalizar con los de Hong Kong y Manila. Aun cuando el Primer Mundo y el Tercero, el centro y la periferia, el Norte y el Sur, estuvieran realmente separados por líneas nacionales, hoy existe una clara influencia recíproca que distribuye las desigualdades y las barreras según múltiples líneas fracturadas" (Hardt y Negri, 2002: 307, cursivas mías).

Debido a que:

"…la división de la esfera capitalista en centro, periferia y semiperiferia homogeneiza y eclipsa las diferencias reales que existen entre las naciones y las culturas, pero lo hace con el propósito de destacar cierta tendencia a la unidad en cuanto a las formas políticas, sociales y económicas que surgen en los largos procesos imperialistas de la supeditación formal" (Negri y Hardt 2002: 306-307).

Según Hardt y Negri ya no existen diferencias de naturaleza, sino de grado, entre los países imperialistas y los subdesarrollados. Lo que entonces anula la dependencia e introduce la "interdependencia". Así, expresan que: "La geografía de un desarrollo desigual y las líneas de división y jerarquía ya no estarán determinadas por fronteras nacionales o internacionales estables, sino por límites infra y supranacionales" (Negri y Hardt 2002: 307).
Pero: ¿cómo se mantiene esa "clara influencia recíproca"; la interdependencia?
Los autores responden que "indirectamente" a través de las empresas transnacionales, de organismos como el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional y la imposición de políticas neoliberales que de una forma u otra impulsan todos los gobiernos dependientes en la actualidad, evidentemente no en beneficio de la segunda parte del argumento de Hardt y Negri: la que "distribuye las desigualdades y las barreras según múltiples líneas fracturadas", sino en detrimento concreto de los países de la periferia y semiperiferia del capitalismo que siguen existiendo, independientemente de las tendencias homogeneizadoras del imperialismo en escala mundial que son muy reales y perjudiciales.
Como se desprende del párrafo anterior, los autores ignoran que esas "similitudes y diferencias", que apuntan como "evidencia" de lo insuficiente que resulta la división del mundo capitalista en centros y periferias, originó un cúmulo de discusiones, clasificaciones y tipologías ―las más de las veces imprecisas― justamente para delimitar esas diferencias y similitudes histórico-estructurales al interior de los países dependientes, y entre éstos y los capitalistas del centro. Por lo tanto, no hay novedad en ese planteamiento, sino confusión cuando afirman que en "zonas geográficas como el Cono Sur ―en Argentina que ha experimentado una de las crisis más violentas y profundas de su historia; en Uruguay, Paraguay y Brasil― ya no existe la dependencia, ni el estatus de economías periféricas, por el solo hecho de operar allí "enclaves" avanzados de tecnología, productividad y acumulación de capital (versión muy cercana a los planteamientos del moderno pensamiento neoclásico).
En beneficio de la ambigüedad teórica y política, Hardt y Negri olvidan que esas no son las determinaciones de raíz del sistema capitalista, sino las relaciones sociales de producción basadas en la propiedad privada de los medios de producción y de consumo, la integración imperialista de los sistemas productivos y de trabajo (Marini), de la circulación, del intercambio y el consumo bajo el dominio del capital extranjero y de las empresas transnacionales; en América Latina, la sistemática transferencia de valor y plusvalía a los centros y el concomitante aumento de la deuda externa, además de la superexplotación del trabajo, la exclusión social de grandes contingentes de la población y la precariedad laboral en el universo contradictorio del mundo del trabajo.
Por último, resta destacar que la concepción de Hardt y Negri, desprendida de sus recientes libros, Imperio y Multitud, de ninguna manera se aproxima a la corriente del sistema mundial, ni mucho menos a la teoría de la dependencia. Por el contrario, constituye un cuerpo "teórico" enraizado en un resurgimiento de las teorías kantianas, de las teorías de Spinoza y Michel Foucault y de autores del derecho constitucional que aplican una redefinición del viejo imperio romano y lo convierten en la categoría Imperio que aplican a un supuesto estado actual del sistema mundial con centro en Estados Unidos y su constitución política expansionista.
Borón (2002), desnuda la filiación teórica y las raíces epistemológicas del pensamiento de estos autores. Señala que ellos combinan la ciencia social norteamericana (relaciones internacionales y economía política internacional) y la mezclan con la filosofía francesa. Después usan un estilo y un lenguaje posmodernos, de donde resulta una especie de eclecticismo "…que, pese a las intenciones de sus autores, difícilmente podría perturbar la serenidad de los señores del dinero que año tras año se reúnen en Davos" (Borón, 2002: 15). Para este autor las fuentes que utilizan Hardt y Negri en sus escritos (libros y artículos) se enmarcan en el "establishment académico franco-americano", mientras que prácticamente ignoran la literatura que se produce en América Latina, India, África y en otras partes del Tercer Mundo, así como las discusiones respecto al imperialismo de los autores del marxismo clásico como Hilferding, Luxemburgo, Lenin, Bujarin y Kautsky tan necesarias hoy en día par fundamentar nuestras nociones contemporáneas sobre el imperialismo. Todo esto redunda en la elaboración de una visión ideológica del imperio "…tal y como él mismo se observa desde su cumbre" (Borón, 2002: 15-16). Visón parcial y unidimensional que desestima la totalidad del sistema para conocer sus manifestaciones globales, esenciales, y no quedarse perdido en la superfluidad.


Puntos de contacto y divergencias entre la teoría de la dependencia y la del sistema mundial.

A continuación expongo los puntos de discordancia y de acuerdo existentes entre la teoría marxista de la dependencia y la del sistema-mundo.
a) En primer lugar, la raíz epistemológica de la primera es el marxismo en general mientras que la de la segunda es un ecléctico de marxismo, teoría sistémica y las concepciones de los ciclos de la larga duración de Braudel.
Las raíces de la teoría del sistema mundial están arraigadas en la perspectiva sistémica y en las concepciones de la Escuela de los Annales dirigida por Braudel (véase Aguirre, 1997 y para la Escuela de los Annales, del mismo autor, 1999). Se advierte que son totalmente diferentes en sus principios y planteamientos epistemológicos respecto a la tmd.
En efecto, al respecto Aguirre plantea que:

"…no es posible entender los trabajos de Wallerstein sin esa múltiple herencia braudeliana que, en primer lugar, implica la división de todos los fenómenos abordados del presente o del pasado desde una óptica intensamente histórica, que los resitúa de modo permanente dentro de los varios registros temporales de los acontecimientos, de las coyunturas y de las estructuras de la larga duración histórica, para delimitar su verdadera profundidad y sentido, y así otorgarles su real significación histórica específica...
En segundo lugar, es fácil reconocer la presencia de Braudel, y también de los primeros Annales en general, en el esfuerzo wallersteiniano permanente de resituar, una y otra vez, los problemas investigados dentro de una perspectiva globalizante o totalizante, que en su caso específico ha derivado en la reubicación de dichos temas dentro del horizonte de la ya aludida dinámica global planetaria del sistema-mundo capitalista en su conjunto...y en una línea que en este caso remonta a los trabajos de Marc Bloch junto a los del propio Fernand Braudel" (Aguirre, 2003: 29)

b) En segundo lugar, en cuanto al método, la TMD recoge la concepción de Marx, Lenin y Bujarin sobre la economía mundial para, en un segundo momento, ubicar el análisis particular de nuestros países y sociedades. Al respecto, una de las diferencias más importantes entre la teoría del World System Análysis y la TMD es el sobredimensionamiento que la primera le otorga al factor "mundial" por encima de los factores nacionales y locales hasta quedar estos prácticamente asfixiados en la lógica mundial:

"Así, lo que este segundo perfil de la visión de Wallerstein sobre capitalismo postula es que para entender cualquier problema histórico o presente de los hombres, acontecido en cualquiera de los momentos que abarca el período de los siglos XVI a XXI, lo que hace falta es remitirlo y conectarlo de manera orgánica con esa dinámica y estructura primero semiplanetaria y luego planetaria del sistema-mundo global. Lo que quiere decir que más allá de las dinámicas y los marcos de las "sociedades", de las "naciones", de los "Estados" y hasta de las "macroregiones" y las "civilizaciones", existe también una dinámica-marco más universal del sistema-mundo como un todo, que no sólo es real y actuante, sino que influye de manera determinante en la irrupción, el curso y desenlace específico de dichos acontecimientos, situaciones y procesos que se despliegan de modo constante en su seno" (Aguirre, 2003: 42).

Mientras que la TMD, a diferencia de la teoría del sistema mundial, vislumbra la totalidad de la economía mundial distinguiendo, sin embargo, al mismo tiempo, las especificidades nacionales y regionales, la cuales abren un espacio teórico para estudiarlas y generar justamente los elementos constitutivos de la teoría de la dependencia que también den cuenta, simultáneamente, de la esencia y dinámica del sistema capitalista internacional.
c) En tercer lugar, una consecuencia, a mi juicio equivocada, de esta concepción del sistema mundial por parte de los teóricos braudelianos, consiste en calificar sólo a ese sistema como capitalista, pero no a los países y a las regiones en tanto tales, considerados aisladamente aunque constituyan "partes" del sistema mundial. Aquí se retrocede, a mi entender, respecto a las concepciones de la economía mundial de autores marxistas como el propio Marx, Lenin o Bujarin que desde un principio establecieron la articulación dialéctica ―que no la suma― de las economías nacionales con la economía capitalista mundial.
d) Otro punto importante que destacó brevemente para evaluar las diferencias y rasgos comunes de la TMD con la teoría del sistema mundial, es el relativo a las ondas o ciclos largos que desempeñan un papel importante en ambas teorías sobre la dinámica del capitalismo.
La teoría del sistema mundial utiliza los ciclos braudelianos relativos a la larga duración que caracterizan a la estructura del sistema-mundo. Destaca, en primer lugar, la tendencia estructural de la "expansión progresiva" y la "consolidación del sistema-mundo capitalista por todo lo largo y ancho de los espacios del planeta" (Aguirre 2003: 48) Después describe los ciclos hegemónicos que plantean el problema del auge y caída de los grandes imperios, desde el holandés del siglo XVII, pasando por el inglés del siglo XIX hasta el actual, el estadounidense en el siglo XX (Arrigí y J. Silver, 2001) que, según Wallerstein, hoy está en "decadencia" (Wallerstein, 2005). Por último, también introduce el ciclo, cuya magnitud supone dos fases: una (A), de ascenso, crecimiento y recuperación de 25 años de duración aproximada y, otra (B) depresiva, de caída, también de aproximadamente 25 años de duración (Aguirre, 2003: 51-54. Para los ciclos véase Izquierdo, 1979).
Es en este último punto donde existen similitudes y diferencias. Las primeras, debido a que la TMD utiliza a la teoría del ciclo de Kondratiev al igual que la teoría del sistema mundial. Las segundas, sin embargo, contienen dos interpretaciones opuestas respecto a la situación estructural del capitalismo contemporáneo. Mientras que autores como Wallerstein, Amin o Theotonio Dos Santos suponen que nos encontramos ante una ola de ascenso que se habría originado en la época de ClintonTP[5]PT, otros autores (Sotelo, Chesnais, Brenner, Beinstein o Valenzuela Feijóo (que no necesariamente dependentistas), muestran, por el contrario, una serie de indicadores de la economía capitalista actual dentro de un proceso macrohistórico de crisis, recesiones y depresiones. La primera interpretación conduce a una actitud optimista respecto al ciclo histórico de la evolución del sistema capitalista y de las luchas sociales y de clases, mientras que la segunda plantea que esas luchas y el futuro de los trabajadores se tendrán que librar en el seno de un proceso capitalista cada vez más parasitario, recesivo y con graves tendencias al estancamiento estructural, la descomposición social y la guerra.
e) Por último un punto que considero esencial respecto a las diferencias entre ambas teorías, es el relativo a que la teoría de la dependencia, a diferencia del sistema mundial, pugna por construir una teoría y comprensión propias sobre el capitalismo mundial y el capitalismo dependiente del siglo XXI, con el fin de encontrar las rutas de su transformación económica y social más allá del orden existente. Observación esencial en la que Theotônio Dos Santos insiste, al igual que Marini, y que recientemente es recordada en un trabajo por André Gunder Frank cuando escribe que

"Theotônio…nos llamó la atención acerca de que nosotros mismos tenemos que hacer nuestro propio estudio de la economía mundial…pues no se puede confiar en los estudios de la problemática mundial y tercermundista elaborados por los que la manejan a su gusto, ni a sus portavoces 'teóricos'…" (Frank, s/f)).

Considero que la tarea de reescribir y continuar con la construcción de una teoría de la dependencia sobre la economía capitalista mundial contemporánea es justamente la perspectiva que levanta la TMD frente a las demás corrientes de pensamiento, en particular, frente a la teoría del sistema-mundo. Y no es por otra razón que consideramos que en la medida en que se avance en esta empresa de construcción epistemológica, teórica y de método se estará en condiciones de enfrentar y atajar de raíz la envestida eurocentrista y de la ideología norteamericana contra el pensamiento crítico latinoamericano y las ciencias sociales de la región para comprender nuestra propia historia y, de este modo, poder encontrar nuestros propios caminos de liberación.

Breve síntesis

Hago una breve síntesis de lo dicho hasta aquí.
La teoría del sistema mundial proporciona elementos muy valiosos al conocimiento de la economía mundial y de los países latinoamericanos, sobre todo, con su retrospectiva histórica de los ciclos largos ―de cien o doscientos años―, así como en sus aportes al conocimiento del capitalismo mundial, cuya división internacional del trabajo reproduce y profundiza la relación dialéctica entre centros, periferias y semiperiferias, cuestión que representa un indudable avance al conocimiento de esta dinámica mundial y regional.
Pero, dada su naturaleza epistemológica, esa teoría no puede de ninguna manera fundirse con la tmd. Consideramos, más bien, que a partir del intercambio y del debate con otras corrientes progresistas de pensamiento —probablemente con algunos autores neoestructuralistas-keynesianos (no con todos por supuesto) y con otros representantes de expresiones marxistas—, a mi modo de ver, la TMD tiene que seguir su propia trayectoria cognoscitiva, como importante corriente de pensamiento teórico y crítico latinoamericano que tiene muchísimos elementos por aportar en el siglo XXI.
Sin embargo, pese a las diferencias entre el world-system análysis de Wallerstein y de otros autores y la TMD obviamente de ninguna manera ello significa que no se puedan establecer relaciones de debate y de intercambio conceptual y hasta de resultados en el análisis contemporáneo de América Latina, por ejemplo, sobre el papel que ésta juega en el actual sistema capitalista mundial.
El examen anterior me permite concluir que hay alcances y limitaciones de las principales expresiones paradigmáticas del pensamiento social latinoamericano. En la actualidad las dos corrientes más importantes que prometen superar esas limitaciones son la teoría del sistema mundial y la TMD, aunque ambas marchan con sus propios medios y caminos, encontrándose en algunos espacios, pero sin fundirse. Lo deseable es que esos encuentros sean cada vez más duraderos con el fin de proseguir con temas de estudio y objetivos comunes.
En el caso de la teoría marxista de la dependencia, tendrá que perfeccionar sus métodos, conceptos y categorías de tal suerte que pueda levantar hipótesis sugestivas cuya verificación empírica permita comprender la esencia de los fenómenos sociales y humanos que hoy determinan la realidad latinoamericana en la escena internacional.




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** Sociólogo e investigador del Centro de Estudios Latinoamericanos (CELA) de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM, México. Agradezco al parecerista del presente artículo sus valiosas observaciones que contribuyeron al mejoramiento del presente artículo. Sin embargo, dejo constancia de que las posibles deficiencias son de mi exclusiva responsabilidad.
TP[1]PT "El gran aporte de Marini a la teoría de la dependencia fue haber demostrado cómo la superexplotación del trabajo configura una ley de movimiento propia del capitalismo dependiente" (Bambirra, 1978: 69-70).
TP[2]PT Mignolo (1997), de la vertiente posoccidentalista de estudios poscoloniales, no entendió este procedimiento del método de Marini cuando al criticar la teoría de la cepal y la del marxismo dogmático (cuyos pensadores estaban "autocolonizados", según él), cree encontrar en Marini un recurso para entender América Latina en el siglo xx a partir de "sus historias locales", cuando en realidad Marini plantea exactamente lo contrario.
[3] El autor sostiene la pertinencia de la fusión de la teoría de la dependencia —que él llama: Aporte da Dependencia particularmente en las versiones de Theotonio Dos Santos y de Cardoso ignorando los indudables aportes de Ruy Mauro Marini—, con la teoría del sistema mundial cuestión que, en la práctica, presupone la absorción y dilución de aquélla en esta última.
[4] Hay que aclarar que no se debe confundir el evidente desarrollo capitalista en la periferia respecto a la superación de la dependencia estructural y del subdesarrollo. Son dos cuestiones distintas que merecen tratamientos diferenciados. Esta confusión fue propia de los debates de la década de los sesenta del siglo pasado, donde al lado de los impulsores de la teoría de la dependencia (Marini, Theotonio, Bambirra) que sostenían el carácter estructural y de largo plazo de la dependencia, estaban los autores del "enfoque" así bautizado por Cardoso y su escuela que vislumbraban la dependencia como "suceso coyuntural" que podía ser "superado" sin superar el modo capitalista de producción. Al respecto véase la polémica de Marini con Cardoso y José Serra; del primero, 1973 y 1978; de los segundos, 1978. En los últimos años Cardoso se encargó de enterrar lo poco que quedaba de "crítico" de este enfoque para entregarse de lleno a promover el neoliberalismo y profundizar la dependencia histórico-estructural en que actualmente se debate el Brasil de nuestros días.
TP[5]PT En la óptica de la teoría del sistema mundial y del ciclo Kondratiev, por ejemplo, Martins (2003: 271) plantea que en América Latina países como México o Chile (ya) se encuentran en la fase A del ciclo ascendente Kondratiev, cuando afirma que: "O Brasil é forte candidato a impulsionar os níveis de descapitalização da região, pois México e Chile são países que já ingressam na nova fase A do Kondratiev e estão em melhor situação relativa na região, e a crise na Argentina talvez já tenha atingido seu ponto mais baixo". Tesis polémica, pues si el autor tomara un período amplio, como el del ciclo neoliberal (1981-2001), constataría sin duda que la tasa promedio de crecimiento en América Latina, independientemente de los comportamientos de la tasa de ganancia cuyas causas se tendrían que analizar, fue de sólo 2.05%, mientras que el producto por habitante fue negativo (-0.9%) y sólo creció, en los años 90 a una tasa de 0.15% (Sotelo, 2004: 71-72). Cifras que distan mucho de ofrecer un panorama donde países como México o Chile, y mucho menos regiones como América Latina, estarían internándose en la paradisíaca fase A del ciclo Kondratiev de 25 años.

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